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Productos agroquímicos utilizados en cultivos habrían sido la causa de la muerte de cerca de 18 millones de abejas en 280 colmenas en el municipio de Tierralta (Córdoba). Con esa noticia nuestro corresponsal en Montería, Jairo Pérez, alertaba esta semana sobre una verdadera tragedia no solo para las 22 familias que derivan su sustento diario de los apiarios de la región, sino para el ecosistema en general y es un delito ambiental de proporciones gigantescas.

Y no es exagerado calificar la muerte masiva de abejas con un delito ambiental, porque son enormes y muy perjudiciales los impactos negativos para los procesos de “polinización entomófila que vulnera directamente a la seguridad alimentaria de toda una región”, para ponerlo en términos de los expertos.

Adicionalmente, los apicultores sobreviven en un escenario de abandono y desconocimiento por parte del Estado y piden con urgencia apoyo  de las autoridades correspondientes para enfrentar la situación que no es nueva, pues en el 2018 ya se había registrado algo similar en 1.285 colmenas de la misma región, que causó la muerte de millones de abejas. ¿Y entonces, qué pasó? Nos preguntamos quienes en la distancia nos sorprendemos con este tipo de informaciones.

Funcionarios de la Corporación Ambiental de los Valles del Sinú y San Jorge (CVS) y del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) estuvieron en la zona afectada recolectando muestras para establecer la causa real de la mortandad, mientras que los apicultores damnificados advertían la cifra de 107 millones de pesos en pérdidas representados en unos 12.600 kilos de miel.

Pero persiste la duda de que esta vez tampoco se llegue a resultados concretos con las consabidas investigaciones exhaustivas y las comisiones de verificación en terreno, y las muestras de laboratorio que quedarán en extensos informes para acompañar a otros tantos arrumados en estanterías y gavetas o en diskets de computador, sin que se adopten las medidas necesarias para resolver el problema de una vez por todas.

Para hacernos a una idea clara de la importancia de este insecto, basta con recordar que de las cien especies de cultivos que abastecen el 90% de los alimentos del mundo, las abejas polinizan más del 70 % de ellos. Además, polinizan más de 25.000 especies de plantas con flores. Sin estos insectos, la actividad agrícola prácticamente desaparecería, lo que dejaría a muchas familias sin una fuente de ingresos.

Una desaparición sistemática de la especie implicaría graves desequilibrios en la economía mundial, ya que están relacionadas con la generación de miles de millones de dólares anuales en productos agrícolas.

Desde el año 2000 se viene estudiando el problema del “Colapso de las colonias”, por el que una cantidad considerable de abejas obreras de una colmena desaparecen abruptamente. Las causas pueden ser un aumento de los depredadores o la llegada de enfermedades, como el virus de parálisis aguada de Israel. Los científicos también proponen como causas los cambios producidos en el entorno por los pesticidas y otras sustancias tóxicas.

Y es aquí donde volvemos al escenario de Tierralta (Córdoba), pues lo que denuncian los apicultores afectados con esta nueva mortandad es justamente eso: que fueron los químicos y pesticidas que se utilizan en el entorno a las colmenas, los directos responsables de su envenenamiento.

De manera que por ahí es que toca empezar a buscar los mecanismos y alternativas que no pongan en peligro la vida de la abejas, ni los ingresos de las familias de los apicultores y mucho menos el desequilibrio en la economía mundial.

Fuente

RCN Radio

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