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-Jose, mano, ¿usted por qué no se dedicó al fútbol profesional?

-Por bruto, mano: me puse dizque a estudiar.

Cuando mis viejos amigos del colegio me preguntan que por qué no me dediqué al fútbol profesional, indefectiblemente eso les contesto: “Por bruto: me puse dizque a estudiar”. Aquellas eran épocas en las que los papás les decían a sus hijos que primero hicieran las tareas y que después, si acaso había tiempo, jugaran fútbol. No como ahora que los papás si ven estudiando a sus hijos les preguntan inquisitivamente si ya entrenaron.

Me formé en la poesía de Neruda, Machado y García Lorca y en el “jogo bonito” de los poetas brasileros, sobre todo en el de los ochentas: el del técnico Tele Santana y sus pupilos Junior, Toninho Cerezo, Falcao, Zico, Sócrates, Eder… Esa selección brasilera del Mundial del 82 en España -algo también la del 86 en México- es uno de los mejores equipos de la historia, a la altura de la “canarinha” de Pelé campeona del setenta. Mucho mejor que muchas de las selecciones campeonas mundiales y muy superior a históricos equipos de clubes europeos que ganan deleznables títulos con la ayuda de los árbitros y de la diosa Fortuna, la misma que les fue esquiva a los brasileros en ese inefable e injusto partido ante Italia. Cómo sufrimos con ese resultado que, a la postre, marcó un derrotero y fortaleció el prosaico, pacato y resultadista estilo del fútbol de táctica ultradefensiva.

Por cierto, ha hecho carrera entre los comentaristas de este mágico e hipnotizador deporte la siguiente frase: “El fútbol no es de merecimientos”. ¡Tamaño despropósito! Claro que el fútbol debe ser de merecimientos, así como cualquier otro deporte o actividad en la vida. Algunos pretenden poner el fútbol por encima de la ley, de los derechos humanos, de la ética y la moral. Hablan de misteriosos códigos que no deben trascender el vestuario ni el campo de juego, de la misma forma como lo hacen algunas organizaciones mafiosas. Una especie de filosofía maquiavélica, que también abunda en la política actual, a la que solo le importan los resultados: “El fin justifica los medios”, como reza el credo de su mesías Maquiavelo, al que se aferran cual náufragos del barco de la estética y la creatividad.

Los que sólo piensan en el pragmatismo y los resultados me tacharán de lírico, soñador o romántico, pero insisto en mi empeño. Porque no sólo importan los resultados es que puedo afirmar que aquel Brasil del 82, que no quedó campeón y ni siquiera llegó a la final, es uno de los mejores equipos de la historia. Porque destilaba técnica, respeto por la pelota –esencia del fútbol-, elaboración de juego, brillo, creatividad, improvisación, magia, estética, es decir, poesía pura: en últimas, “jogo bonito”. Así como el Brasil de Pelé, “o Rei”, este sí tres veces campeón mundial, el “mais grande” jugador de todos los tiempos.

El fútbol es la religión actual con mayor número de adeptos y feligreses en el planeta Tierra, y el Mundial que comienza por estos días en Rusia es como el cónclave para elegir el nuevo papa o monarca de esta Iglesia. Y los papables están encabezados por la selección brasilera que dirige el técnico Tite, que ha sabido recuperar la memoria histórica y retornar a la fuente del “jogo bonito”.

Con grandes jugadores como Neymar, Coutinho, Gabriel Jesús y Marcelo, entre otros, la “canarinha” de Tite es uno de los principales favoritos a ocupar el solio papal del Vaticano del fútbol. Otros papables son Alemania –actual campeón-, España y Francia; ah, y Messi o, perdón, Argentina, aunque este onceno es él –el mejor de los últimos 40 años- y diez más. Ya quisiéramos que Colombia estuviera en este exclusivo listado.

La Colombia de Pékerman es un equipo interesante, aunque irregular, de altibajos, capaz de alcanzar importantes logros, pero también de producir hondas decepciones. Tiene figuras como su capitán Falcao, el campeón de la resiliencia, cuyo coraje y fuerza de voluntad le han permitido ir a liderar a la selección nacional en Rusia, lo que no pudo hacer hace cuatro años en Brasil por la inoportuna lesión que lo privó de demostrar por qué era considerado “el mejor delantero de área del mundo”, al decir de Pep Guardiola. También están James Rodríguez, de gran temporada en el Bayern, y Juan Guillermo Cuadrado, quien se recuperó a tiempo de una lesión. Ambos mueven los hilos de la creatividad y de la llegada a gol desde el medio campo. Si Colombia llega a cuartos de final me daría por bien servido.

En fin, se nos vino el Mundial Rusia-2018 y ya las cartas de los equipos mundialistas están echadas; toda la carne está en el asador. Hagan sus apuestas, señores, que también está en juego el galardón del mejor jugador del torneo orbital: acaso Messi, acaso Neymar, Iniesta, Neuer, Griezmann, Falcao, James; acaso el egipcio Salah, a quien el matón barriobajero Sergio Ramos casi lo saca del Mundial con la anuencia de árbitros, ultras, realistas, resultadistas y pragmáticos. Vaya usted a saber. Comienza el cónclave de la religión más popular, fervorosa y fanática del mundo. Ojalá ganen la poesía y el “jogo bonito”. El 15 de julio “habemus papa”.

 

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