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Un padre, una madre, un hijo. Entre los tres hay un vínculo afectivo que debería ser indisoluble o, por lo menos, ese sería el ideal. Sin embargo, el padre es un hombre violento que a su vez es hijo de otro hombre violento que abandona el mundo en medio de su frustración y el odio que lo carcome.

Ese es el eje central de una novela corta de la que se habla mucho por estos días, que ha llamado la atención por la reflexión -o muchas reflexiones- que deja al término de su lectura, y que puede tener como punto de partida una pregunta crucial: ¿Es posible romper el círculo vicioso de la violencia con más violencia?

La respuesta lógica a esta pregunta debería ser no. No debería atacarse o controlarse la violencia con una acción similar; pero así ha sucedido desde antiguo. De generación en generación ese círculo detestable se ha mantenido. Padres violentos y amargados que transmiten y enseñan su odio a sus hijos porque siempre tienen una disculpa para justificarse. Siempre hay una razón para apelar a la violencia.

La novela se llama "El hijo del hombre" y su autor es el francés Jean Baptiste del Amo. Tuve la oportunidad de conversar con él recientemente en el Hay Festival de Cartagena de Indias sobre su obsesión por este tema, que es universal. Ocurre en todas partes y de igual manera.

En este caso, los tres protagonistas de la novela quedan atrapados en una situación opresiva y deprimente luego de irse a vivir en el campo en un intento desesperado por comenzar de nuevo. El padre ha regresado, tras una larga ausencia; no ha sabido mucho de la madre, pero dice que aún la ama, y poco conoce al hijo. El padre es un hombre frustrado, ella un poco irresponsable, y el hijo está en la mitad, viéndolo todo.

En algún momento la convivencia se ve alborotada por los caprichos del padre, que ha escogido esa cabaña porque fue allí donde vivió mucho tiempo con su padre, otro hombre frustrado y acorralado por sus fracasos. Creyendo que puede comenzar de nuevo partiendo de ceros, el padre obliga a su mujer y a su hijo a dejarlo todo y a recomenzar en ese lugar solitario y denso que pronto los deja sin aire.

Luego, se produce una noticia que lo cambia todo. Se entera, por boca del hijo, que algo ha ocurrido, algo que le duele y le maltrata, que le golpea el corazón y el alma, y decide tomar represalias. El intento de recomenzar en paz y armonía resulta en vano; otro dolor se le ha clavado como un estilete. Es allí cuando se reactiva el círculo, cuando esa rueda loca que da vueltas sin cesar y que es esta vida del eterno retorno, se pone en marcha de nuevo.

Escrita con una prosa exquisita, esta novela es una permanente llamada de alerta para todos quienes nos preguntamos cómo parar la violencia, especialmente aquella que tiene origen en el hogar, la base de la sociedad. La familia es fundamental en la reproducción del fenómeno y de allí la necesidad de recuperarla como fundamento de la paz y la armonía.

El hijo, sin duda, tiene la clave. Tras la venganza cruel y despiadada del padre hacia la madre (ninguno de los tres personajes tiene nombre), todo queda en el terreno del hijo, el que ha heredado de uno u otro una determinada manera de ser. ¿Tomará, a su vez, venganza contra su propio padre?

Ese es el dilema. Es probable que sea el mismo dilema de miles y miles de personas en el mundo que han vivido la violencia en su propio hogar y, superando muchos obstáculos psicológicos y prácticos, tratan de salir adelante sin repetir esquemas. Pero muchas veces no lo logran. ¿Cómo romper esa tendencia? Esa es la inquietud que deja planteada esa breve novela que en buena hora llegó a las estanterías colombianas para convocarnos e interpelarnos. 

Fuente

RCN Radio

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