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En un país dividido, en el que nos matamos por una pelea en un bar, por celos, por herencias, por política o hasta por errores a la hora de conducir, sorprende que lo único que nos une a todos es una camiseta amarilla que nos identifica como país. Soñar con participar cada cuatro años en un mundial de fútbol es una meta común que tenemos desde los más pobres hasta los más ricos y desde la Guajira hasta Nariño y el Amazonas. No hay rincón de este país tan bello y tan golpeado que se quede por fuera de la fiebre cuando  hablamos de nuestra selección. Para fortuna de Colombia pudimos participar en los dos últimos mundiales gracias a la gestión del técnico José Néstor Pékerman y al trabajo de unos jugadores que, con su liderazgo, encontraron el camino para brillar. Por eso hay que decirle: ¡Gracias!

Triste escuchar al profesor Pékerman decir al despedirse que se va decepcionado. Triste que la dirigencia del fútbol le hubiera dado tratamiento de segunda a un hombre que nos dio ilusión y felicidad de primera. Poco entiendo de fútbol y no me meto en el debate de las razones para hacer el cambio pero duele escuchar a un hombre serio y exitoso como pocos manifestar su dolor de esa manera. ¿Si lo querían cambiar, no hubiera sido mejor decirle y ya? Queda una mala sensación cuando las decisiones no se toman de frente.

Gracias, profesor Pékerman, porque nos ayudó a permanecer unidos como país por encima de todas las diferencias y nos dio motivo de ilusión en Brasil y en Rusia. Gracias, porque también dio muestras de serenidad y manejo discreto y responsable de la información en un momento en el que priman el show y la mentira. Se quejaban los colegas deportivos por la escasa presencia del técnico en los medios y aunque a mí también me hubiera encantado entrevistarlo, entiendo su decisión de hacer declaraciones puntuales en los momentos claves y mantener en reserva las decisiones para sacarlas del debate calenturiento y apasionado.

No se me ocurre ni de lejos quién lo puede reemplazar ni tengo información para opinar sobre eso o sobre el desempeño del equipo más allá del amor que siento como colombiana por la selección. Me pongo la camiseta cuando juega, me emociono con los goles aunque no entiendo las jugadas, celebro cada triunfo y me duelen las derrotas, cruzo los dedos cuando van a cobrar, sufro y maldigo cuando los resultados no se dan y me abrazo con el que tengo al lado cuando la victoria nos ilusiona. Como no sé de fútbol, no llevo, como la mayoría de los hinchas, un pequeño técnico en el corazón y por eso no sé si el profesor cometió muchos errores o pocos. Yo evalúo su desempeño diciendo que nos llevó a dos mundiales y me siento satisfecha porque eso me dio una alegría inmensa. Por eso no me canso de decir: ¡Gracias, profesor Pékerman! Le agradecí muchas veces también a Maturana porque mis primeras alegrías mundialistas están ligadas a su nombre.

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Más allá de los debates que hoy protagonizan los conocedores del fútbol, nadie nos quita lo bailado y la historia no se borra. Hoy recordábamos el famoso 5-0 frente a Argentina y ese sabor dulce y esa sonrisa colectiva no se pierde aunque pasen los años y aunque después tengamos en la lista derrotas memorables. Tampoco nadie nos puede robar lo que nos quedó de la era Pérkerman: la ilusión de ir a dos mundiales y de saber que nuestro fútbol está entre los grandes. Muchos han intentado explicar desde las ciencias sociales esa fiebre colectiva que desata el fútbol y aunque no logremos entenderla del todo, lo cierto es que esa pasión va más allá de la razón, tanto que esa fiesta futbolera muchas veces está lamentablemente ligada a actos de violencia. Ojalá no fuera así y ojalá tuviéramos más causas comunes que nos dieran la cohesión de país que nos da la selección. Por eso es triste que los directivos de la Federación no le hayan dado una manejo de altura a un cambio de técnico que al final es asunto de todos porque la selección es patrimonio del país aunque algunos sientan que les pertenece. Para el profesor Pékerman, una y mil veces, ¡Gracias!

Fuente

RCN Radio

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