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Cuando el tiempo pase descubrirás que hay más amigos de los que imaginabas y seguramente te sorprenderás de las cosas que dirán de ti.

Estarás dentro de esa categoría del “muerto bueno”, recordarán cosas que no hiciste, dirán que fuiste el mejor papá, que tenías un sentido de humor increíble y que eras el mejor ser humano sobre el planeta.

Es previsible que ello ocurra si tenemos en cuenta las largas filas de personalidades que salen de ipso facto después de la tragedia a entregar su testimonio, a recordar a quien ya no puede defenderse y, sobre a todo, a dar el titular para la siguiente emisión y el ejemplar de la mañana.

Para la mayoría la palabra sana, aunque cueste creerlo en estos tiempos de pandemia y hablar alimenta el espíritu, no importa que sea de los demás.

Siempre la palabra nos sitúa de un jalón en ese  rincón sentimental que nos permite abordar el amor, los fracasos, el dolor, esos claroscuros del alma que nos hace seres singulares y únicos.

Recordar momentos compartidos muchas veces es como revivir una culpa y una manera de abrir espacios de luz cuando no se ve nada  al final.

Basta preguntar "¿Cómo lo recuerda" para que los personajes que comparecen a los medios para empiecen a construir su propia narrativa sobre los recién desaparecidos.

Y entonces se empieza a recordar, reconstruir momentos, crear una imagen que nadie parece estar interesado en contradecir.

Produce una rara sensación ver a tantos personajes hablando de los otros, defendiendo el legado que supuestamente dejaron, contando las vidas de seres pretendidamente perfectos, sonriendo, conmoviéndose, intentado evocar..

Mientras los protagonistas no pueden defender las cosas que empiezan a dejar, otros se convierten en tristes protagonistas y en los personajes por un momento para comentar las miserias de la muerte y la grandeza de la eternidad que se empieza a construir en medio de la soledad y el miedo.

Y son entonces los amigos o los que se creen amigos, los conocidos, los vecinos los que intentan proyectar la sombra que pugna por  desaparecer. En contravía de la naturaleza y la condición humana, son otros lo que intentan mantener algo que empieza a perderse irremediablemente.

Y aquí podría insistirse en esa vieja premisa de no alegrarse de las muertes ajenas, pero también la de no apropiarse de las de otros que no conocemos, no hacer suya una desgracia que solo sufren quienes realmente han perdido.

Los personajes que aparecen para construir el obituario de los que parten, van construyendo esa cíclica costumbre de dar declaraciones que luego se convierten en el titular cuando les toca el momento.

Cada declaración, cada palabra dicha es como una manera de ir dictando el epitafio, es como ir alimentando el archivo de la memoria y de los medios para construir la siguiente noticia cuando ocurra algo nefasto.

Hay lágrimas congeladas y declaraciones infinitas de amor cuando un famoso se va, mientras que muchas veces los seres anónimos se van en silencio, como llegaron, y sin reconocimientos adicionales al afecto profundo de los suyos.

Hay tantas palabras hermosas que uno pensaría que hay un manual establecido o una especie de ritual o de señal de estos tiempos para preparar el camino hacia lo desconocido.

Tantas frases después es como si alguien viniera a preparar los asuntos de la vida, cuando ya no hay vida.

Tanto perfil tan bellamente elaborado sobre los famosos que se mueren hace recordar la naturaleza del hombre y el agobio ante lo definitivo, como escribió el escritor quindiano Humberto Senegal en su “Solicitud inútil”.

 “Espera, tengo algo para contarte”, suplicó. “Cuéntamelo por el camino”, respondió la muerte.

Fuente

RCN Radio

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