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El papa Francisco tenía paralizado al país por estos días hace un año. Tal y como lo informaron voceros del Gobierno, en los diversos eventos relacionados con su visita se reunieron alrededor de 6,8 millones de personas, entre ellos veinticuatro mil jóvenes y seis mil víctimas, y se generaron ganancias por ochenta mil millones de pesos en las cuatro ciudades que visitó: Bogotá, Villavicencio, Medellín y Cartagena.

Los delitos de alto impacto se redujeron durante las noventa horas de Francisco en Colombia en el setenta por ciento y las lesiones personales se redujeron en un ochenta y cuatro por ciento. Noventa y ocho mil personas ingresaron por turismo en esos días, o sea diecisiete mil turistas más comparados con el año anterior.

En Bogotá, para la misa multitudinaria del jueves 7 de septiembre, concelebraron dos mil seiscientos sacerdotes que ayudaron a repartir la comunión en las cincuenta y seis capillas que se ubicaron a lo largo y ancho del parque Simón Bolívar. En Villavicencio hubo casi ochocientos sacerdotes concelebrantes, en Medellín más de dos mil y en Cartagena setecientos.

Las cifras de visita son, sin duda, interesantes. Quedarán para las estadísticas como el reflejo de un acontecimiento que puso en suspenso casi todas las actividades del país y llamó la atención incluso de aquellos que no se consideraban creyentes ni mucho menos católicos. Casi nadie duda del impacto que tuvo en diversos y variados ámbitos aquel hecho.

Pero, ¿del mensaje del Papa que queda? Esa sí es la pregunta relevante y pertinente un año después. Porque el Sumo Pontífice participó de veintinueve actividades: cuatro misas campales, once recorridos en papamóvil y catorce eventos y ceremonias, lanzando un mensaje de paz, fraternidad y tolerancia.

En la Nunciatura Apostólica, el primer evento en el que esbozó los trazos de su mensaje apenas hacía su arribo a Bogotá, el papa Francisco decía con entusiasmo: “¡Sigan adelante! ¡Sigan adelante! No se dejen vencer, no se dejen engañar, no pierdan la alegría, no pierdan la esperanza, no pierdan la sonrisa, ¡sigan así!”.

Y ya el jueves en la mañana, en la Plaza de Armas, Francisco cerraba su discurso resaltando que “es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza. La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más”.

Ese mismo jueves, el papa Francisco les dijo a los jóvenes que lo aclamaban en la plaza de Bolívar: “Su juventud los hace capaces de algo muy difícil en la vida: perdonar. Perdonar a quienes nos han herido; es notable ver cómo ustedes no se dejan enredar por historias viejas, cómo miran con extrañeza cuando los adultos repetimos acontecimientos de división simplemente por estar nosotros atados a rencores”.

Al día siguiente, en Villavicencio, el papa soltaba entre muchas frases esta que nos cuestionaba directamente: “¡Cuántos de ustedes pueden narrar destierros y desolaciones!, ¡cuántas mujeres, desde el silencio, han perseverado solas y cuántos hombres de bien han buscado dejar de lado enconos y rencores, queriendo combinar justicia y bondad! ¿Cómo haremos para dejar que entre la luz? ¿Cuáles son los caminos de la reconciliación?”

El sábado, en Medellín, el Papa dijo a la multitud reunida en el aeropuerto Olaya Herrera: “Hermanos, la Iglesia no es una aduana, quiere las puertas abiertas porque el corazón de su Dios está no solo abierto, sino traspasado por el amor que se hizo dolor; todos tienen cabida, todos son invitados a encontrar aquí y entre nosotros su alimento. Todos”.

Y en Cartagena, antes de su regreso a Roma, Francisco volvía a insistir: “¿Cuánto hemos accionado a favor del encuentro, de la paz? ¿Cuánto hemos omitido, permitiendo que la barbarie se hiciera carne en la vida de nuestro pueblo?”.

Las frases del Papa fueron muchas, pero leyéndolas con cuidado un año después de su visita, adquieren más valor por sus palabras principales: paz, reconciliación, perdón, justicia, amor. ¿Cuánto de eso caló? ¿Qué tanto sus palabras tocaron los corazones de los colombianos? ¿Alguien cambió su manera de ser, su forma de ver la vida, de relacionarse con los demás, a partir de los mensajes y enseñanzas de Francisco?

La respuesta está en cada quien. Pero si queremos aproximar una respuesta general, colectiva, basta con mirar los acontecimientos del último año y sus protagonistas para sacar, cada uno, allá en la plena intimidad del pensamiento, sus propias conclusiones. Sueño con la ilusión de que aquellos mensajes no hayan sido en vano. O con que, un día de estos, por algún insondable camino, lleguen a los oídos y a las mentes correctas para cesar cualquier forma de agresión entre los hombres.

Meras ilusiones, quizás…

Fuente

Sistema Integrado de Información

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