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Haití es un país lleno de historia, inestabilidad política, pobreza, desastres naturales y tragedias. Cuando apenas se están conociendo los verdaderos detalles del asesinato del presidente Jovenel Moïse, con la aparente participación de mercenarios colombianos, vuelven a la memoria varios episodios que han llenado de sangre a esa nación del Caribe.

Vilbrum Guillaume Sam es el nombre del último presidente haitiano en ser asesinado y ocurrió durante una revuelta popular en 1915. Desde ese entonces, lo que hubo fue inestabilidad política y dictaduras.

La más recordada de ellas, del clan Duvalier, Papa Doc y Nene Doc, como los llamaban, gobernaron durante décadas a ese país hasta su caída a mediados de los ochenta. Organizaciones no gubernamentales, periodistas y estamentos políticos calificaron esa época de la dictadura como nefasta para los haitianos, por su estela de violación de los derechos humanos y su gran corrupción.

Después de los Duvalier se han contabilizado casi veinte gobiernos, es decir, veinte mandatarios en treinta y cinco años, una señal clara la inestabilidad política que ha culminado ahora con el magnicidio del presidente Moïse, de 53 años. En el intermedio, lo que ha habido es un aumento creciente de la pobreza, casi del sesenta por ciento, y de la pobreza absoluta, que es de casi el veinticuatro por ciento, así como de la corrupción, el despilfarro y el abuso.

Azotada por el terremoto de enero de 2010, esa nación no ha podido recuperar parte de la infraestructura afectada, a pesar de la inmensa cantidad de recursos que llegaron allí, provenientes de la ayuda internacional. Muchos de los recursos, según se ha denunciado, no aparecen, están guardados, no se invirtieron bien o se perdieron. Una tragedia adicional.

No es la primera vez que en Haití se derrama sangre de una manera tan llamativa, ahora con el magnicidio. Un episodio ocurrido en 1937, al que se conoce como La masacre de perejil, está en la historia de las grandes tragedias latinoamericanas y de la literatura de la isla.

Esa masacre se dio en tiempos del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina quien, convencido de que los inmigrantes haitianos apostados en zonas agrícolas dominicanas a las que llegaban clandestinamente eran usurpadores de empleo y generadores de inseguridad, ordenó perseguir con toda la fuerza hasta lograr su repliegue o desaparición. Como República Dominicana y Haití son dos países que comparten una misma isla (La Española), solamente una frontera montañosa los divide.

Los haitianos perseguidos por Trujillo eran esperados por las fuerzas dominicanas en la frontera, o buscados en las fincas, y para distinguirlos de los dominicanos, les pedían pronunciar una palabra: perejil. Como en su gran mayoría hablan francés, los haitianos no podían pronunciarla correctamente. Si acaso alcanzaban a decir algo así como peuejil. Esa era su sentencia de muerte. Hasta hoy no se sabe exactamente cuántos haitianos fueron asesinados en esa masacre ordenada por Trujillo, pero hay versiones que ubican la cifra entre dos mil y veinte mil muertos.

Esta historia está contada en los libros de la gran escritora haitiana Edwidge Danticat, hoy residente en Estados Unidos y participante en ocasiones en eventos tan importantes como el Hay Festival. En sus novelas Cric, crac y Cosecha de huesos, la espléndida narradora comenta esta y otras afugias del ser haitiano, que ahora vuelven a cobrar vida con motivo de los hechos luctuosos que se registran con motivo del asesinato del presidente de ese país.

Fuente

RCN Radio

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