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Me pregunto cuántos libros o ensayos se han escrito sobre el arte de entrevistar. Es el género periodístico de mayor complejidad, puesto que enfrenta al entrevistador, al periodista, cara a cara con su entrevistado, con su personaje, con su víctima según el caso, poniendo a prueba su capacidad para desentrañar, descifrar, obtener aquello que no se ha dicho antes, o lo que no se quiere decir.

Es un encuentro cuerpo a cuerpo en el que hay alto riesgo de caer. Y las caídas, dependiendo de cómo se den, suelen lastimar. El entrevistador, si no es hábil, puede dejar pasar una oportunidad única, una verdadera joya. Puede alcanzar la trascendencia o la impertinencia. Puede seguir de largo o quedarse para siempre en el corazón de los oyentes o televidentes.

Pero, ¿Qué pasa cuando el periodista es la estrella, cuando el entrevistador es la figura principal, a veces por encima notoriamente de su interlocutor, por más encumbrado que este sea? Pues bien, ese era el caso de Jesús Quintero, "el loco de la Colina", un formidable comunicador andaluz que logró fama y reconocimiento en toda Hispanoamérica.

Los famosos del mundo entero se peleaban por estar en sus programas, tan seguidos en las décadas de los ochenta o noventa. Encontrarse con Quintero era llegar a la cumbre, a un lugar para los escogidos: no todos tenían acceso a esa misteriosa, mágica, insondable colina en la que habitaba un ser extraño, medio loco, medio genio.

Allí los esperaba un hombre que vestía como un gitano, de pelo revuelto, mirada misteriosa, sonrisa irónica, en la mitad de un escenario generalmente en penumbras y con la compañía de un par de copas de vino sobre la mesa de vidrio. Quintero aguardaba a su invitado con la tranquilidad de quien inicia una ceremonia que sabe que va a ganar; algunos lo retaron y le salieron adelante cuando descifraban el truco del mago. Pero fueron pocos, como Raphael, que en alguna ocasión le reclamó al Loco por qué llevaba las preguntas anotadas si él, como entrevistado, no llevaba nada. No tenía escrito nada.

Y es que Jesús Quintero no hacía preguntas simples, sencillas. Tenía su propia versión de cuestionario de Proust o algo por el estilo, que aplicaba con rigor a su interlocutor para conocerlo más, para descifrarlo, extraerlo de la cueva, de la zona de confort en la que se podía meter para conservar su imagen.

Al intelectual y cineasta Fernando Arrabal le preguntó en alguna ocasión si "había probado varón", a Shakira le preguntó "y cómo es él", cuando pocos sabían públicamente del romance de la cantante con alguno de sus amores, a Antonio Gala, el autor de "El manuscrito carmesí" le indagó, como si fuera cosa sencilla, por cuál era, en últimas, el sentido de la vida.

Jesús Quintero entrevistó presidiarios, asesinos, prostitutas, habitantes de calle, políticos, políticos corruptos, cantantes, poetas, escritores, banqueros, y a todos los trató de igual a igual, al principio de usted y luego de tú a tú. Plácido Domingo le confesó alguna vez que siempre había anhelado ser entrevistado por él; Rocío Jurado le reconoció como el único periodista al que quería contarle la verdad del cáncer que padecía y de su relación con Ortega Cano.

Los personajes entraban en una suerte de trance con él; les inspiraba confianza. Jamás los acusó de nada. Las entrevistas de Quintero eran profundas, pero jamás asumió el papel de fiscal (cosa ya muy escasa por estos días), ni quiso obtener una "primicia" como las de hoy en día: la primicia era verlos a ellos dos, a Quintero y su invitado, juntos, hablando, conversando, no necesariamente como amigos, pero sí como dos personas que se están conociendo y quieren dar un paso hacia adelante.

Quizás el sello característico y superlativo de Quintero sea el más comentado en todas las escuelas de comunicación de España: sus silencios. En plena entrevista, luego de haber lanzado un dardo, Quintero se quedaba callado; permanecía en silencio, mirando de frente o de soslayo, haciéndose el que recogía algo del suelo o tomando alguna nota. Un silencio que desesperaba a su interlocutor, que lo intimidaba y al final lo obligaba a decir algo. No pocas veces, tras ese silencio, llegaba alguna revelación.

En alguna ocasión al loco de la Colina le preguntaron qué significaban esos silencios, por qué los hacía, cómo se atrevía. Y el periodista respondía con picardía de diversas maneras. Unas veces dijo que hacía silencio para elaborar la siguiente pregunta (lo cual era falso), y otras llegó a afirmar que era una vieja técnica de espías para sonsacar la verdad de los capturados.

¿Habrá algo más demoledor que el silencio? ¿Algo más intimidante? Algo así como el silencio del médico cuando le dice a uno "cuénteme qué le duele" o al que se vive dentro de un ascensor cuando dos o más personas se quedan atrapadas en él: tarde o temprano el celofán se rompe.

En las últimas entrevistas, Quintero solía repetir esta pregunta a sus entrevistados: ¿Ha llegado ya a alguna conclusión? Era una invitación a aquellos que después de cierta edad ya habían encontrado respuestas a algunas de las preguntas de la vida. Pero, en este caso, se esbozó una paradoja que afectó al propio Quintero.

Los medios de comunicación cambiaron; los formato televisivos fueron transformados, desplazados, y en términos generales los programas de entrevistas empezaron a escasear. Eso lo llevó a  entender que, como todo en la vida, como una de las conclusiones de la vida, nadie es eterno en el mundo, ni sus maravillosos espacios de entrevistas ni mucho menos el entrevistador.

Peleado con las empresas de televisión y con muchos de sus colegas, Quintero se fue alejando poco a poco del oficio, y quizás en los últimos días se haya revestido con un traje de terciopelo teñido de amargura que lo hizo infeliz.

A pesar de haber recibido muchísimos galardones, de haber amasado una fortuna que despilfarró en proyectos independientes que no prosperaron, el loco Quintero, quien acaba de morir a sus 82 años, no se fue satisfecho de este mundo, y eso que murió mientras se echaba una siesta. Muchas preguntas, quizás las mejores, quedaron sin responder. Muchas preguntas, tal vez las mejores y más sobresalientes, quedaron sin formular. Es es la mayor conclusión: jamás se acaban las preguntas, nunca se obtienen todas las respuestas.

Fuente

RCN Radio

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