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Fue una escena aterradora: quienes estábamos viendo por televisión el debut de Finlandia en una Eurocopa, contra su rival Dinamarca, fuimos testigos de unos momentos demoledores que quedaron ya para la historia del fútbol. El jugador Christian Eriksen, el más destacado del partido, se desplomó de un momento a otro antes de finalizar el primer tiempo y quedó exánime por largos minutos. Le había dado un paro cardíaco.

Los primeros segundos fueron rutinarios. Casi nadie había tenido en cuenta los detalles de cómo cayó al césped el jugador. Simplemente, de un momento a otro, estaba en el suelo. ¿Se había arrojado para ganar tiempo? ¿para recibir atención por una lesión? Como fuera, Eriksen se desplomó y el árbitro se dirigió al sitio exacto del incidente. Pero pronto se dio cuenta de que el asunto no era normal, que iba más allá de cualquier otra situación regular que se presenta en todos los partidos. Eriksen no reaccionaba, no se movía y tenía los ojos en blanco.

El capitán del equipo danés corrió de inmediato a constatar lo que acaecía. Tanto él como el árbitro llamaron de inmediato a los médicos y ellos acudieron de manera oportuna. La atención que se le brindó al jugador en esos momentos fue crucial. Haber tomado decisiones oportunas, a tiempo, le salvó la vida.

Sin embargo, eso no fue lo más llamativo de la escena.

Lo que quizás será motivo de análisis por algún tiempo fue la decisión de los jugadores de Dinamarca de rodear el cuerpo de su compañero que estaba en el suelo moribundo, literalmente. Lo hicieron mirando hacia afuera, hacia el campo o hacia las graderías, en una señal inequívoca de que estaban protegiendo su intimidad. Algunos de ellos lucían notoriamente consternados. Otros parecían rezar, otros acudieron a abrazar a sus seres queridos. Todo eso estaba siendo transmitido por la televisión mundial y presenciado por algunos miles de hinchas en el estadio.

Los jugadores, seres humanos como cualquiera de nosotros, pero protagonistas de un espectáculo taquillero como es el fútbol, dejaron a un lado su condición de ídolos y pusieron de inmediato los pies en la tierra. ¿Qué estaría pasando con los familiares de Eriksen? ¿Se estarían enterando ya por la televisión o por las redes sociales de que el jugador estaba agonizando en el campo de juego? ¿Acaso alguien les estaría ya dando el pésame o simplemente vieron como el cuerpo inerte de su ser querido era la tendencia número uno en el mundo?

Por eso los compañeros de Eriksen lo rodearon de la manera como lo hicieron. Luego usaron banderas blancas para que el muro fuera totalmente infranqueable cuando se tomó la decisión de trasladarlo a la enfermería del estado y luego a un hospital local. No querían que miles de imágenes que se estaban tomando con los celulares desde las tribunas, o la propia televisión, terminaran captando una escena crucial, la del adiós, la despedida en pleno campo de juego. En el fondo, querían que su compañero tuviera la oportunidad digna de enfrentar esos lánguidos minutos.

Por fortuna, todo salió milagrosamente bien. Una imagen fotográfica de una agencia internacional logró colarse por entre ese muro humano y mostró al jugador en la camilla, con máscara de oxígeno y levantado el dedo pulgar, señal de que todo estaba bien.

A esas alturas, era inevitable preguntarse si este mundo de aguacero audiovisual, que muestra segundo a segundo la crueldad de la muerte como un espectáculo mediático en vivo, no debería tener alguna suerte de legislación, con sanciones reales, a quienes violen el sagrado derecho a la muerte digna, a una muerte en privado, no-registrada-en-las-redes.

¿Hasta dónde hemos llegado? El morbo, la indiferencia, la crueldad, la falta de solidaridad, el deseo de hacer algo “tendencia” en las redes nos ha despojado de una humanidad elemental que nos permita reaccionar como seres racionales y conscientes de los derechos íntimos de los demás. Debería consagrarse el derecho a morir dignamente también en redes, sin que nadie tenga por qué entrometerse en ese momento final de la existencia, solo por tener una primicia, ganar aplausos y seguidores. Una muerte digna sin espectáculo, sería lo ideal.

Fuente

RCN Radio

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