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Cada día es más frecuente que, en el diálogo cotidiano, la gente comente cómo le fue en la última sesión con su terapeuta o cómo ha empezado a aplicar las herramientas que el psicólogo o el psiquiatra le recetaron para enfrentar una determinada situación. Se habla abiertamente del tema, sin tapujos ni sinónimos. Y ese es un gran avance de nuestro tiempo.

No se sabe a fuerza de qué se esté dando este fenómeno. A golpes de realidad o de aceptación, quizás, de que los problemas de hoy no podemos resolverlos solos, sino con la ayuda de un experto, de un tercero neutral, con el que podemos bucear por los entresijos de la conciencia sin sentir culpa ni vergüenza. Ir al psicólogo o al psiquiatra dejó de ser un asunto de locos, como se creía antes. Los tiempos cambiaron.

Por eso es llamativo que un paciente, no cualquier paciente precisamente, decida hacer un documental sobre su terapeuta, con el que conversa abiertamente sobre sus problemas: los del psiquiatra y los de él mismo. Estoy hablando de Stuz, de una hora y treinta y seis minutos de duración, en el que el director y comediante Jonah Hill ahonda en las técnicas que ha llevado a la práctica en los últimos años de la mano de su orientador para luchar contra inseguridades y traumas.

l documental tiene el doble valor, insisto, de hacer ver al propio terapeuta como un paciente, sin que ese haya sido el propósito, que mediante la conversación con Jonah da a conocer las herramientas que lo han convertido en una celebridad en Estados Unidos. Afectado por la enfermedad de Parkinson desde hace muchos años, el terapeuta muta a paciente mientras explica cómo lograr salir del atolladero en el que se encuentra: en el que todos nos encontramos de alguna manera.

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Su propuesta central invita a que todos recuperemos la fuerza vital, que puede traducirse en lo que más nos apasiona en nuestra vida, para de esta manera encontrar el sentido de la vida, la razón de nuestra existencia. La fuerza vital podría ser vista como una pirámide en cuya base se encuentra el cuerpo, luego, en el centro, la gente, y en la cima el yo.

El cuerpo está en la base de la pirámide, explica que doctor Stuz, por cuanto el ejercicio y la dieta, el cuidado corporal, son fundamentales para la salud mental, algo en lo que se ha insistido desde hace mucho tiempo desde diversos ámbitos, incluso desde la famosa frase del colegio "mente sana en cuerpo sano".

Luego, la gente se ubica en el centro de la pirámide por cuanto el relacionamiento social es fundamental para la salud mental. El encuentro con el otro, con la familia, con los amigos, incluso con personas que no son cercanas, ayuda enormemente a mantener una especie de equilibrio saludable; siempre una buena conversación o un encuentro con otros dejará algo nuevo e interesante, algo que aprender o compartir.

Y en la cima se encuentra el yo, es decir, nuestro interior. Ese que debemos conocer, aceptar y dominar en sus diversas manifestaciones. Por ejemplo, Stuz menciona la Parte X, una fuerza que habita dentro de nosotros y que aparece para bloquear u obstaculizar; es nuestra parte antisocial, aquella que constantemente nos dice que todo es malo, que todo es imposible, que no hay que insistir más y en cambio hay que rendirse. La Parte X, dice, siempre regresa y no se puede evitar.

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El terapeuta insiste, entonces, en que hay tres aspectos de la realidad que no se pueden evitar: el dolor, la incertidumbre y el trabajo constante. Como no se pueden evitar sino enfrentar, lidiar con el proceso es lo que en últimas permite alcanzar la felicidad. Para ello propone un símil: la vida, la existencia, es como un collar de perlas. Cada quien, cada individuo, es quien pone perla por perla a ese collar. Es la única manera de avanzar, sin pensar demasiado en lo que agobia o preocupa: hacer, avanzar; poner otra perla en el collar.

Otros componentes de la propuesta de Stuz que llaman la atención de este curioso documental son la sombra (la parte uno mismo nos avergüenza), el reino de la ilusión (la imagen perfecta de algo o uno mismo, que no existe y es creada por la Parte X), el laberinto (donde nos quedamos estancados, como cuando estamos atrapados en el pasado) y el amor activo (lo que nos permite avanzar, salir del laberinto, abandonando, por ejemplo, el odio).

El diálogo entre el terapeuta y su paciente profundiza en otros muchos otros aspectos como el método para el procesamiento de las pérdidas, cómo atravesar y superar la nube negra que nos acompaña y cómo dejar volar el flujo de agradecimiento con el que superamos las situaciones negativas. En últimas, el documental termina también involucrando al espectador en una experiencia que puede volverse colectiva si se le presta suficiente atención.

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Fuente

RCN Radio

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