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Ahora que está de moda hablar de corrupción - como si no hubiera existido antes, como si fuera un invento reciente - vale la pena recordar que el 20 de marzo de 1536 la India Catalina declaró en contra de su amante, don Pedro de Heredia, en el marco del primer juicio de residencia que se le realizó al conquistador por haberse robado el oro que tenía como destino la Corona española.  

En ese juicio, la India Catalina sirvió como testigo pero Heredia no obtuvo condena alguna. En cambio, esta extraordinaria mujer pasó al olvido y poco se supo de ella durante siglos. Escasas menciones no documentadas se hacían en los libros de historia. Curiosamente, su nombre volvió a tomar relevancia gracias a un trofeo y una estatua, pero sin que se conocieran mayores detalles sobre su existencia.  

La India Catalina que conocemos ahora no se parece a la estatuilla diseñada por el maestro Héctor Lombana en 1961 para el Festival de Cine de Cartagena ni a la escultura de bronce del maestro Eladio Gil Zambrana, levantada en 1974. La foto que los turistas suelen tomarse al lado de esa escultura en Cartagena no tiene nada que ver con la realidad de este personaje clave para la América mestiza.  

El médico e historiador Hernán Urbina Joiro, en un libro espléndido, logra por fin rescatar a la India Catalina del olvido en que se encontraba y revela detalles apasionantes sobre su vida. Inicia recordando que habría sido secuestrada cuando era niña por el español Diego Nicuesa frente a las costas de Galerazamba, hecho que habría ocurrido entre 1509 y 1511. De allí, Catalina fue llevada a República Dominicana, donde aprendió el español, fue cristianizada por franciscanos y dominicos, y ayudó a evangelizar  gracias a su conocimiento de las lenguas aborígenes.  

Luego de una estancia de varios años fue traída de nuevo a las costas del Caribe, se cree que hacia 1524, y después, cerca a Gaira, en la bahía de Santa Marta, la tomó don Pedro de Heredia hacia 1533 para llevar a cabo su conquista de Cartagena. Para los españoles era clave que un indígena, en este caso una mujer, le sirviera de intérprete para su causa conquistadora, porque habían quedado aterrados tras el final que los aborígenes le habían dado a don Juan de la Cosa.  

Los documentos consultados para  “Entre las huellas de la India Catalina” señalan que a su tierra esta mujer regresó católica, hablando en perfecto español, y vestida a la española. Es decir, nunca el pequeño taparrabo de la escultura y mucho menos el torso desnudo caracterizaron a esta mujer, y a que su fe se lo prohibía.   La India Catalina se hizo compañera o amante o concubina de Pedro de Heredia. Tenía el “privilegio” de dormir en su alcoba, le ayudaba a ponerse las botas y conocía todos sus secretos. Aceptó esa condición –obligada o no—aún a sabiendas de que el conquistador era casado y que había dejado a su mujer en tierras españolas.  

No es claro por qué Catalina sirvió de testigo en los juicios que le siguieron a Heredia por ladrón. Lo cierto es que acudió al tribunal y contó lo que sabía, porque su fe le decía que tenía que decir siempre la verdad. Como hemos dicho, el conquistador se salvó de una condena y siguió adelante con su vida. Murió ahogado años después en un naufragio cerca de Cádiz.  

Dicho sea de paso, en el caso de Heredia ha debido ser un juicio doble: no solo por no entregarle a la Corona el oro que le habían encomendado llevar, sino por haberles robado el oro a los nativos en el marco de la conquista. Pero, en fin, esos ya son vericuetos jurídicos e históricos que quedaron sin salida y sin reparación.  

De ella no se volvió a saber nada. Es posible que haya convivido, tras su ruptura con Heredia, con un sobrino de este conquistador, Alonso, con lo cual pudo haberse dirigido a Sevilla y morir allí. Pero no hay pruebas de ello. Lo más probable es que hubiera quedado abandonada, viviendo sola y casi como una monja, y con un perro como única compañía. Eso todavía está por comprobarse. Pero investigadores como Urbina Joiro siguen caminando entre sus huellas.   

La vida de la India Catalina merece mejor suerte en la historia de nuestro país. Por lo pronto, un primer paso es imaginarla como lo que realmente fue: una mujer indígena, muy inteligente, que sirvió de intérprete a los conquistadores, que recibió una paga en oro por esa labor, que fue bella, y que declaró en un juicio por corrupción con apego a la verdad. Todo un personaje al que, con los parámetros de hoy, muchos podrían considerar una verdadera “celebridad”.

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