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Escuché con detenimiento las declaraciones que concedió la hermana Gloria Cecilia Narváez a varios medios de comunicación, luego de regresar al país tras haber sido liberada en Mali. Había permanecido cuatro años y ocho meses secuestrada por Al Qaeda. La crudeza de su relato, quebrado por momentos por un llanto discreto, me conmovió profundamente, me estremeció. Pero no me extrañó. Ese drama indecente e infame ya lo conocíamos por estos lares. 

Entre las muchas cosas que la hermana Narváez contó vale la pena resaltar la manera como se produjo su secuestro. Unos hombres armados llegaron hasta el lugar de la misión, lo sitiaron, amedrentaron a otras religiosas y las amenazaron de muerte. Una de ellas se encerró en un cuarto y hasta allí llegaron los terroristas, apuntando sus armas, aunque infiero que pretendían hacer primero algo más antes de matarlas o llevárselas.

La hermana Narváez abordó al jefe del grupo y le pidió que se la llevaran a ella, que no les hicieran nada a sus compañeras. Finalmente, ella quedó en manos de esa facción y a partir de ahí comenzó una caminata infinita de zona en zona, de lugar en lugar, en medio de geografías desérticas y climas malsanos. 

Desde el comienzo, los terroristas le advirtieron que su secuestro se debía a motivos religiosos. Que ellos, musulmanes, no querían saber nada de su misión, de la labor humanitaria que adelantaba en esa zona africana. En cambio, otra secuestrada, con quien en medio de la caminata incesante se cruzó durante un tiempo, fue secuestrada por razones graves a los ojos de los terroristas: estaba tratando de convertir a musulmanes a creencias evangélicas. Un error fatal que le costó la vida.

Durante todo ese tiempo, sus captores le daban poco de comer y de beber, incluso con la intención de matarla de hambre. También la mantuvieron amarrada en algunas ocasiones. No le permitían asearse como era debido, además porque el agua escaseaba en cada zona en donde pasaba sus días.

Incluso, llama la atención la esclavitud a la que fue sometida la monja colombiana, a quien el jefe de la facción de Al Qaeda le dio la orden de convertirse en la cocinera de otra secuestrada, de origen francés. A ella tenía que prepararle la comida, tenía que cuidarla. La sospecha que se tiene es que era una secuestrada por motivos económicos. Al parecer, fue asesinada posteriormente, quizás por el fracaso de las negociaciones.

Como los alimentos escaseaban para subsistir diariamente, al igual que el agua, mucho menos había alguna clase de ayuda para el paulatino deterioro de la piel en medio de temperaturas que fácilmente se acercan a los cuarenta grados centígrados o más. La hermana Narváez tuvo que valerse, entonces, de su propia orina, para refrescarse un poco, incluso para curarse la piel enrojecida o quemada.

Durante los casi cinco años de secuestro hubo siempre amenazas constantes de muerte. Especialmente si sobrevolaban drones en la zona de cautiverio. En ese caso, tras huir para protegerse, los captores se mostraban dispuestos a asesinarla (como ocurrió acá en múltiples oportunidades, como en la muerte del exministro Gilberto Echeverri, por citar solo un caso).

Fueron cinco años de terror. Algo absolutamente inhumano, absurdo, injustificable. Infame. Un hecho que jamás debió ocurrir ni jamás debería repetirse. Al final, como consecuencia de hilos invisibles que se movieron, fue dejada en libertad. Fue recibida por los dirigentes de Mali y luego enviada al Vaticano. Allí habló con el papa Francisco, descansó unos días y volvió a su patria.

Acá en Colombia se enteró de la muerte de su madre, quien ya había dejado de aparecer o de ser mencionada en los mensajes que la familia le enviaba cada vez que  surgía una prueba de supervivencia que los terroristas permitieron publicar en un par de oportunidades. Su madre no sobrevivió a su secuestro, como tantas veces ha ocurrido con las familias de quienes han padecido esa triste muerte suspendida.

Al final de cuentas, tras escuchar esos relatos, fue inevitable para mí hacerme esa pregunta: ¿A la monja Gloria Narváez la secuestraron las FARC o Al Qaeda? Si bien, y obviamente, fue Al Qaeda, la similitud casi exacta del modus operandi bien podría permitir inferir que era esa guerrilla (hoy convertida en partido político), al estilo de lo que hizo con Ingrid Betancourt, Fernando Araujo Perdomo, Sigifredo o el coronel Mendieta. ¿Quién le enseñó a quién? ¿Cómo aprendieron y cómo sofisticaron sus métodos? 

Terroristas son terroristas, acá o en Mali. Los mismos sicópatas con los mismos métodos. enarbolando las banderas políticas o religiosas para justificar sus atrocidades. Ojalá algún día acabe esa pesadilla, la del secuestro, una de las mayores infamias de la historia violenta de la humanidad.

Fuente

RCN Radio

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