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El mejor violonchelista del mundo se presentó en Bogotá, y aunque el teatro estaba lleno, parecía que a nadie más le importaba. Quizás la mayoría estaba pendiente del fiasco de la final de la Copa Libertadores entre River y Boca: “la final del mundo” como estúpidamente la llamaron algunos.

El chelista letonio Mischa Maisky, el mejor del mundo para muchos o, al menos, uno de los mejores según otros, deleitó el sábado 24 de noviembre a los asistentes al Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo con su depurada técnica, su virtuosismo y las pinceladas poéticas que dibujaba con las cuerdas de su prodigioso chelo.

De la familia del violín, y de tamaño y registro entre la viola y el contrabajo, del violonchelo, chelo, violoncelo o violoncello emanan los sonidos de instrumento musical alguno más parecidos a la voz humana. Un instrumento de cuerda frotada, fundamental para una orquesta, cuarteto o trío porque da vida generalmente a las notas graves, aunque su versatilidad le permite interpretar pasajes melódicos.

Mientras los asistentes al Teatro Mayor se deleitaban con los sutiles y acompasados sonidos del chelo de Maisky, los asistentes –televidentes incluidos- al mayor papelón y sainete de la historia del fútbol argentino, que se iba a escenificar en el estadio de River Plate, trataban de explicarse y excusar los actos violentos que impidieron la realización de esta triste final de la Copa Libertadores de América.

Mientras el arco de Maisky frotaba como una caricia continua y cadenciosa las cuerdas de su chelo para extraer de él sublimes y exquisitas melodías, los arcos del Monumental de Núñez continuaban vacíos como lo deberían estar por mucho tiempo para torneos nacionales e internacionales. Hay quienes como el periodista y escritor Martín Caparrós piden acertadamente la suspensión, al menos por un año, de toda actividad del fútbol gaucho.

Junto con la formidable Orquesta Filarmónica de Bogotá, dirigida por el maestro español Josep Caballé-Domenech, el chelista se presentó con sus talentosos hijos Lily (piano) y Sascha (violín), con los que conforma un compacto trío familiar de múltiples nacionalidades (Letonia, Francia y Bélgica, respectivamente), como parte de una gira mundial de celebración de sus 70 años de vida.

En el Monumental de Buenos Aires lo único que se oyó fue el estruendoso ruido de las piedras que rompieron los cristales de las ventanas del bus de Boca e hirieron a varios de sus jugadores. Piedras arrojadas por criminales que deben ser enjuiciados por intento de asesinato, al tiempo que se sanciona ejemplarmente al fútbol de ese país. Ni son pocos los violentos del fútbol, ni éstos son hechos aislados, como justifican de manera cómplice e irresponsable algunos periodistas y autoridades. Ya no más permisividad con la violencia del fútbol argentino o de cualquier otro país del mundo, Colombia incluida.

También se oyeron los gritos desafinados de los insultos recíprocos y las amenazas de muerte entre las barras de River y Boca en las inmediaciones del estadio, pero eso hace parte del paisaje terrorífico “natural” en que se ha convertido la tragicomedia del fútbol. Como dice el periodista porteño Martín Liberman, “el fútbol argentino ha muerto”; estaba en cuidados intensivos y ha muerto.

Maisky ha grabado 35 discos y desde hace 30 años es uno de los artistas exclusivos del sello Deutsche Grammophon. Empezó a tocar el violonchelo a los nueve años y tiene el privilegio de ser el único chelista en el mundo de haber estudiado junto a dos de los intérpretes más reconocidos de este instrumento en el siglo XX: Mstislav Rostropovich y Gregor Piatigorsky. Rostropovich lo ha descrito como “uno de los más talentosos violonchelistas… Sus interpretaciones combinan poesía y una delicadeza exquisita con un gran temperamento y una técnica brillante”.

Acompañado de la cotizada Filarmónica de Bogotá, ese sábado de música clásica y fútbol, de refinamiento y brutalidad, de civilización y barbarie, Mischa Maisky interpretó magistralmente en el Teatro Mayor el Concierto triple en do mayor para violín, chelo, piano y orquesta (Op. 56) de Beethoven y el Concierto en si menor para chelo y orquesta (Op. 104) de Antonín Dvořák, una de las últimas manifestaciones románticas de su género.

Mientras, en el tétrico teatro de Núñez, sólo quedaban los chirriantes ecos de la violencia, el desconcierto, la tragicomedia, el sainete, el papelón, la truculencia, en fin, los chirriantes ecos de todo aquello en lo que han convertido el fútbol.

 

Fuente

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