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Un oyente de La tertulia, de RCN Radiose puso a tararear una canción la otra mañana y de inmediato me quedó sonando todo el día. Me puse a investigar de qué se trataba, puesto que estaba seguro de que yo también la había escuchado en alguna ocasión. Por fortuna, horas más tarde logré identificar la melodía y de paso me encontré con una gran historia. Una trágica historia, sin duda.

La canción se llamaba Dominique y muchas personas la recuerdan todavía. Fue un éxito monumental a comienzos de los años 60, hasta el punto de que llegó a ocupar el primer lugar en la lista de la Billboard y obtuvo un premio Grammy en la categoría Góspel. Fue un caso singular, puesto que se trata de una composición muy sencilla con un coro pegajoso que relata la vida de un cura que le canta al Buen Dios.

La autora de la letra y de la música de esa canción elemental era una monja de la orden de los dominicos que desde muy pequeña demostró tener talento para el canto. Se llamaba Jeanne-Paule Marie Deckers y había nacido en Bruselas (Bélgica), en 1933, en plena antesala de la Segunda Guerra Mundial.

La pequeña enfrentó desde su nacimiento el drama de muchos seres humanos: era fruto de un embarazo no deseado. Su madre la despreció desde el comienzo y en cambio su padre, que era panadero, se convirtió en su protector hasta que ya no pudo hacerlo más por cuanto tuvo que enrolarse en el ejército para enfrentar a los nazis.

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Eso llevó a que la pequeña Jeanne, a quien su madre reprochaba por ser poco femenina, tuviera que protegerse de alguna manera con el paso de los años y decidió hacer parte de las guías scouts y otras organizaciones de ese tipo. Allí tuvo la oportunidad de conocer a muchas personas, incluida una jovencita diez años menor que ella, llamada Anne, con quien entabló una íntima amistad.

Ya con veintiséis años se decidió por los hábitos y entró al convento. Allí era la más destacada del coro y pronto la canción que compuso, para alegrar las mañanas y agradar a Dios, trascendió las paredes de ese lugar incógnito y llegó hasta los Estados Unidos.

En el país de la industria musical por excelencia vieron que ahí había un diamante en bruto que podía pulirse para sacarle máximo provecho: como la monja había hecho votos de pobreza, las ganancias que se pudieran obtener de su talento quedarían en más de un noventa por ciento para el sello discográfico y el resto para el convento. No podía, no debería recibir ella directamente ninguna compensación económica por el don que Dios le había obsequiado.

Con respaldo de una casa disquera, los productores pronto le cambiaron su nombre por el apelativo ridículo que la catapultó a la fama: Sor Sonrisa, algo que ella rechazó desde el inicio por ser tan falso como una moneda de cuero. Aún así, intentó seguir adelante como una monja-artista que no alcanzó nada más allá de los aplausos mundiales por Dominique.

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De nada sirvió que una película fuera filmada en su nombre; de nada que el programa más famoso de la época, El show de Ed Sullivan, viajara a entrevistarla hasta el convento; de nada valió que le permitieran componer otras canciones mientras dejaba a un lado algunas de las obligaciones propias de la vida en el claustro. Simple y llanamente, Sor Sonrisa no volvió a brillar y no pudo hacer tampoco una carrera como solista cuando llegó a la convicción de que la vida religiosa ya no le importaba.

Hecha un mar de confusiones, abandonó el convento y se fue a vivir por su cuenta como una laica, absolutamente pobre y sin respaldo para comenzar de nuevo. Pronto, ella y su amiga Anne se convirtieron formalmente en pareja y acordaron acompañarse hasta la muerte. Las dos lucharon juntas contra la falta de dinero, pidieron prestado a muchos conocidos para sobrevivir, pero no lograron salir adelante.

En 1985 optaron por quitarse la vida, muy a pesar de que una colecta que se había convocado para ayudarlas alcanzó a recoger el dinero suficiente para que pagaran sus deudas y arrancaran de cero; ellas nunca se enteraron de que el mismo día que se envenenaron llegaba por correo el cheque con la plata que les hubiera salvado la vida.

La canción Dominique siguió sonando en muchos países del mundo. En América Latina fue famosísima la versión en español interpretada por la mexicana Angélica María y en muchos colegios de monjas era una canción que se escuchaba en las mañanas antes del comienzo de la jornada. En Colombia fue célebre la misma canción, pero interpretada por el renombrado Aníbal Velásquez:

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Dominique niqui pobremente por ahí
Va él cantando amor
Y lo alegre de su canto solamente habla de Dios
De la palabra de Dios

Juan sin tierra en su era
De Inglaterra era rey
Dominique nuestro padre
Pecadores combatió
Cierto día en el camino
Un ateo se encontró
Pero el padre Dominique
Con su fe lo convirtió

Dominique niqui niqui pobremente por ahí
Va él cantando amor
Y lo alegre de su canto solamente habla de Dios
De la palabra de Dios

Si no hubiera sido porque esa mañana un oyente la tarareó en La tertulia, en respuesta a la pregunta de ese día (“¿Cuál ha sido el himno de su vida?”), no me hubiera enterado de la tragedia que había detrás de esta melodía tan exitosa, que alcanzó la cima del mundo musical. Muchos quizás no lo sabían. Una muestra más de que del éxito solo sabemos su cara bonita, su melodiosa voz, pero nunca el drama y la tristeza que pueden acompañarlo en el silencio y el olvido.

Fuente

RCN Radio

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