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Cuando la vi sin tapabocas no la reconocí. Nunca la había visto sin tapabocas. Habíamos compartido todo este tiempo muy cerca en la oficina, pero cuando por primera vez la vi sin mascarilla pensé que era otra persona. Inclusive le jugué una broma diciéndole que si ella era la hermana de Caro, mi joven compañera de trabajo. Si la veo en la calle no la hubiera saludado, como le comenté.

Aunque los ojos son el espejo del alma, como dicen por ahí, y muy reveladores de la personalidad y la naturaleza humana, no son suficientes para reconocer a simple vista a una persona. Eso sin contar con que algunos usan o usamos gafas. El devenir de la pandemia por poco nos vuelve expertos en identificar el estado de ánimo de la gente a través de la expresión de sus ojos. Adivinar la alegría mediante su brillo y auscultar el dolor en las opacidades del iris. Y hubo o ha habido más de esto que de aquello durante la peste: más incertidumbre, más tristeza, más angustia.

No sé si les pasó, y lo lamento, pero estoy casi seguro de que dejé de saludar a algunas personas conocidas que no identifiqué en su momento con el barbijo puesto. Así como me ocurrió lo contrario: saludé a algunas personas que no eran las que yo pensaba que eran, con el consiguiente estupor de la víctima y rubor del victimario.

Ahora acontece que no reconozco a algunas personas sin la máscara. A otras finalmente las deconstruyo, aunque percibo un cambio radical en la fisonomía y un aparente y subjetivo desacople de mandíbula y boca con el resto de la cara. Sin duda, lo mismo pensarán de mí tras el mundo irreal de la cuarentena, la careta y la plaga, que aún no termina.

La pandemia del covid-19 nos cambió la vida. Ya nada será lo mismo. Ni en el trabajo, ni en la calle, ni en la vida familiar, ni en el ámbito social. Las relaciones personales se han modificado, creo que de manera inexorable. Pese a que el tapabocas ya no es obligatorio en muchas ciudades de Colombia y el mundo, la saludable, cálida y fraternal costumbre del saludo con un abrazo, un beso e incluso con la mano está en desuso y puede llegar a considerarse como anacrónica.

Ni se imaginan lo que sentí en estos días cuando una amiga me dio un beso de saludo en la mejilla sin el filtro de la mascarilla. Fue una sensación como de cercanía vital, de afecto, de humana complicidad, de volverme a sentir parte de esta cofradía del homo sapiens. Un sencillo acto de fruición,  que hacía dos años no se podía experimentar y que cada vez más se ve y verá menos.

La peste del coronavirus nos ha dejado tocados, vulnerables, lastimados. En lo físico, en lo emocional, en lo mental, en lo moral, en lo espiritual. Ni que decir en lo económico. Ya no somos los mismos. Tendremos que adelantar una campaña de regreso esencial a la “normalidad” en el marco de una sociedad enferma. Y no sólo por la plaga. Nos espera un denodado y necesario trabajo de reconstrucción del tejido social, de restablecimiento de la textura de las emociones, de recuperación del intercambio natural de afecto entre seres humanos.

Nunca antes la humanidad había necesitado tanto de una manifestación franca, honda y explícita de cariño, de compasión, de solidaridad. Ésta es una oportunidad única para practicar aquel proverbial mandamiento de “amar al prójimo como a ti mismo”. El abrazo es curativo y terapéutico; el beso es una expresión de cariño; un apretón de manos es una demostración auténtica de amistad o de cordial saludo. No olvidemos su práctica. No creo que nos haga daño; al contrario. Recuperemos este hábito cuando, al parecer, la humanidad trata de superar la pandemia. Eso sí, esperemos que la peste llegue definitivamente a su fin. Ojalá estemos viviendo el adiós indiscutible del tapabocas y la bienvenida de regreso a la exteriorización palpable de los sentimientos. No importa que sin la máscara nos veamos distintos o, por eso mismo, porque sin ella volvemos a mostrarle al mundo nuestro genuino y verdadero rostro.

No olviden que está comprobado científicamente que el abrazo y el beso hacen que se secreten hormonas de la felicidad como la serotonina, la endorfina, la dopamina y la oxitocina. Al tiempo, producen un bloqueo de hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol. Abrazos y besos para todos.
 

Fuente

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