Las reinas de la poesía iberoamericana
Con Ana Luisa Amaral son siete mujeres las que han ganado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Mientras paseaba a su perrita Millie Dickinson, nombre que le puso en homenaje a la escritora estadounidense Emily Dickinson, la poeta portuguesa Ana Luisa Amaral se enteró esta semana de que había ganado el XXX Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.
Con Ana Luisa Amaral son siete mujeres las que han ganado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, uno de los más importantes del mundo y que suma para el galardonado un monto de 42.000 euros, la nada despreciable cifra de cerca de 190 millones de pesos.
Hagamos un repaso poético y sintético por la obra de las ganadoras, un homenaje amoroso, solidario y cómplice con las mujeres:
Sophia de Mello (Oporto, 6 de noviembre de 1919 - Lisboa, 2 de julio de 2004)
Este es el tiempo
Este es el tiempo
De la selva más oscura
Hasta el aire azul se ha vuelto rejas
Y hasta la luz del sol se ha vuelto impura
Esta es la noche
Densa de chacales
Pesada de amargura
Este es el tiempo en que los hombres renuncian
Blanca Leonor Varela Gonzales (Lima, 10 de agosto de 1926-Lima, 12 de marzo de 2009)
La lección
Como una moneda te apretaré entre mis manos
y todas las puertas cederán
y lo veré todo
y la sorpresa
no quemará mi lengua
y comprenderé entonces el crecimiento de las plantas
y el cambio de pelaje en las pequeñas crías.
Hallaré la señal
y la caída de los astros
me probará la existencia de otros caminos
y que cada movimiento engendra dos criaturas,
una abatida y otra triunfante,
y en cada mirada morirá la apariencia
y desnudo y bello
te arrojará la fábrica entre nosotros.
Fina García Marruz (La Habana, 28 de abril de 1923)
Cómo ha cambiado el tiempo…
Amigo, el que yo más amaba,
venid a la luz del alba
Cómo ha cambiado el tiempo aquella fija
mirada inteligente que una extraña
ternura, como un sol, desdibujaba!
La música de lo posible rodeaba tu rostro,
como un ladrón el tiempo llevó sólo el despojo,
en nuestra fiel ternura te cumplías
como en lo ardido el fuego, y no en la lívida
ceniza, acaba. Y donde ven los otros
la arruga del escarnio, te tocamos
el traje adolescente, casi nieve
infantil a la mano, pues que sólo
nuestro fue el privilegio de mirarte
con el rostro de tu resurrección.
María Victoria Atencia García (Málaga, 28 de noviembre de 1931)
Puerto
Escucho las campanas del puente de los barcos:
septiembre es mes de tránsito y una goleta viene
a llamarme a las islas, o el cuarto se desplaza
lentamente. ¿Quién parte
junto a los marineros o quién roza mis muebles?
Oh puerto mio, acógeme esta tarde,
envuélveme un pañuelo de lana por los hombros
o llévame en un cuarto de roble mar adentro.
Ida Vitale (Montevideo, 2 de noviembre de 1923)
Libro
Aunque nadie te busque ya, te busco.
Una frase fugaz y cobro glorias
de ayer para los días taciturnos,
en lengua de imprevistas profusiones.
Lengua que usa de un viento peregrino
para volar sobre quietudes muertas.
Viene de imaginaria estación dulce;
va hacia un inexorable tiempo solo.
Don que se ofrece entre glosadas voces,
para tantos equívocos, se obstina
en hundirse, honda raíz de palma,
convicto de entenderse con los pocos.
Clara Isabel Alegría Vides (Estelí, 12 de mayo de 1924-Managua, 25 de enero de 2018)
Pequeña muerte
Fue una pequeña muerte
tu partida.
Una muerte pequeña que me crece
cuando imagino
a veces que estás cerca
y me obstino en dar vueltas
por las calles
y regreso a mi casa
con la lluvia
cayendo
y me asalta tu voz
en la noche
sin horas.
Ana Luisa Amaral (Lisboa, 5 de abril de 1956)
Psicoanálisis de la escritura
Aunque hable de sol y montañas,
aunque cante los pequeños espacios
o las grandes verdades,
todo el poema
habla de aquel
que sobre él escribe
Cuando las huellas de sí mismo
parecen excluirse de las palabras,
aun así, es a sí mismo que se describe
al escribirse en el texto
que es escisión de sí
Todo el poema
es un estado de pasión
cortejando el reflejo
del que lo creó
Todo el poema
habla de aquel
que sobre él escribe
y así se ama de manera desmedida,
en la medida del verso en que se contempla
y en vértigo
se ahoga.
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Nada que agregar. Que tengo yo que hablarles, mujeres, si las poetas son ustedes.
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