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“Veías a una mujer joven sentada en un banco junto a su casa, dándole el pecho a su hijo. Comprobamos la leche del pecho: es radioactiva”.

Testimonios desgarradores como éste de Marat Filípovich Kojánov, ex ingeniero jefe del Instituto de Energía Nuclear de la Academia de Ciencias de Belarús (Bielorrusia), hacen parte del libro “Voces de Chernóbil: Crónicas de futuro”, escrito en 1997 por la premio nobel de literatura Svetlana Alexievich.

Luego de muchos diálogos y entrevistas con centenares de víctimas, familiares, testigos, científicos o autoridades, la escritora bielorrusa da cuenta del horror de lo que pasó y aún pasa con el desastre de la central nuclear de Chernóbil. Para ello cultiva el género periodístico-literario que denomina una “novela de voces”. Por esta obra, entre otras, Alexievich recibió, entre muchos galardones, el Premio Nobel en 2015.

Cuando ocurrió la tragedia de Chernóbil -el peor accidente nuclear de la historia-, el 26 de abril de 1986, el actual presidente de Rusia, Vladimir Putin, era un sinuoso y oscuro agente de la KGB, el temido Comité para la Seguridad del Estado de la Unión Soviética.

Chernóbil está ubicado en el norte de Ucrania, muy cerca de la frontera con Bielorrusia. En ese entonces pertenecía a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En su afán paranoico de grandeza, hoy Putin quiere que pertenezca a la Federación Rusa. Por eso fue uno de sus objetivos de guerra en la invasión de Ucrania. Un impensable crimen contra la humanidad y la historia, propio de sus delirios imperialistas.

Tras encarnizados combates las fuerzas de ocupación rusas se apoderaron de la central nuclear de Chernóbil desde el comienzo de la ofensiva contra Ucrania, país que formó parte de la extinta Unión Soviética. Este insensato ataque ha puesto en riesgo la supervivencia de toda Europa e, incluso, del mundo entero.

La amenaza del cuarto reactor nuclear de Chernóbil, el que explotó, se cierne sobre el planeta Tierra. En su momento contaminó a la mayor parte de Europa. Para los que crean que exagero, me permito citar a la autora en su libro editado por Penguin Random House:

“… el 26 de abril de 1986 se registraron niveles elevados de radiación en Polonia, Alemania, Austria y Rumania (…). Proyectadas a gran altura, las sustancias gaseosas y volátiles se dispersaron por todo el globo terráqueo: el 2 de mayo se registró su presencia en Japón; el 4 de mayo, en China; el 5, en India; el 5 y el 6 de mayo en Estados Unidos y Canadá”.

La periodista y escritora les dio voz a las víctimas de esta fatídica historia. El narrador-protagonista de esta novela de no ficción es el hombre corriente, el que no tiene voz, el que se vio afectado por la explosión nuclear, el que se enfermó, el que vio morir a sus familiares y luego también murió por la radioactividad, el que las autoridades soviéticas quisieron callar y silenciar. La elaboración literaria de la autora, aunque ella dice que interviene poco en el texto, se apoya en el respeto por lo que cuentan sus entrevistados, en un lenguaje conciso y un estilo telegráfico, caracterizados por una economía de recursos lingüísticos.

Alrededor de la destruida Central Eléctrica Atómica de Chernóbil se construyó una especie de gigantesco casquete de blindaje compuesto por millares de toneladas de hormigón, plomo y acero. La alucinante arca “hermética” cubre y “protege” centenares de toneladas de material nuclear, capaz quién sabe si de acabar un día con el planeta azul y todo lo que vive en él. Como dice Svetlana, “el sarcófago es un difunto que respira”, una especie de monstruo que en cualquier momento podría despertar y echarse a andar para destruir lo que quede de humanidad. Con todo lo que ello implica, Chernóbil estuvo a punto de ser reactivado en estos días por las tropas de Putin.

La Rusia de Putin miente sobre la brutal invasión de Ucrania, la cual no reconoce, así como lo hacía la Unión Soviética sobre el catastrófico estallido de Chernóbil. Esas mentiras han costado miles de vidas de ucranianos, bielorrusos y también de rusos.

Con la guerra todos pierden; con las armas nucleares todos pierden; con las mentiras todos perdemos. “Todo ha desaparecido; esta vida ha desaparecido. ¿A qué asirse? ¿Con qué salvarse? No tiene sentido sufrir de este modo. Sólo sé una cosa, que ya nunca más seré feliz”. (Nina Prójorovna Kovaliova, esposa de un liquidador. Denominación esta que se dio a los encargados de “liquidar” las consecuencias del accidente de Chernóbil, la mayoría de ellos, miles de ellos muertos o gravemente enfermos por la radiación).
 

Fuente

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