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La estrella colombiana Luis Díaz
La estrella colombiana Luis Díaz
AFP

La selección de fútbol le dio una de las más intensas alegrías al pueblo colombiano tras ganarle por primera vez a Brasil en una eliminatoria mundialista. Pero no sólo por esto. El país estaba muy pendiente de la actuación de uno de los protagonistas del encuentro y de la vida nacional en estos días: de Luis Díaz. Y de la presencia de su padre, Luis Manuel, en el estadio de Barranquilla. Se sumaron muchos factores que confluyeron en esa honda emoción nacional: triunfo histórico ante Brasil, goles y brillo de Lucho, su papá en libertad, sensaciones contenidas, sentidas celebraciones.  

Casi nadie lo conoce por su nombre de pila: Luis Fernando Díaz Marulanda, quien nació en Barrancas (Guajira) el 13 de enero de 1997. Para todos es Lucho Díaz o Lucho a secas. Incluso, más cariñosamente, Luchito, como le dicen algunos aficionados. Pues Luchito fue el héroe del partido: anotó los dos goles de la victoria (2-1), tuvo y generó otras oportunidades, exhibió entrega y compromiso en cada una de sus desequilibrantes intervenciones y se erigió a la postre como la figura del juego. Una victoria épica de la selección, que comenzó perdiendo y jugando muy mal, y de este adalid de la superación y el buen fútbol.

Luego de varios días de preocupación, dolor e incertidumbre por el secuestro de su padre, la capacidad de resiliencia de Lucho quedó demostrada en virtud de su determinación, talante y eficacia en la cancha. La lleva en sus genes. Aparte de la valentía y el coraje que su dura lucha por la vida y por el balón en el terreno de juego le han forjado como persona, la ha heredado de su padre, más conocido con afecto como “Mane” Díaz. A él tampoco lo conocen por su nombre de pila: Luis Manuel Díaz. También sabe lo que es el sufrimiento. Para ganar hay que saber sufrir y luchar, tanto en la cancha como en la vida, dijo sabiamente el mismo Lucho al término del histórico y emotivo triunfo en Barranquilla.

“Mane” estuvo privado de la libertad durante 13 días por el Ejército de Liberación Nacional (ELN), hecho que tuvo en vilo a su familia, a Colombia y al mundo del fútbol. De forma contradictoria, el ELN, que adelanta un proceso de paz con el Gobierno, lo privó de la libertad durante casi dos semanas. El padre de Lucho tuvo la suerte de que la presión nacional e internacional por su  liberación, dada la importancia y el fervor del pueblo por su hijo, puso en evidencia mundial la insensatez del grupo guerrillero. Y, por extensión, sirvió también para que desde todas las orillas ideológicas y vertientes políticas le exigieran la liberación de todos los secuestrados que tiene en su poder. Nada más revolucionario que la libertad.

La alegría de gozar del derecho sagrado a la libertad la veo reflejada, de alguna manera, en las características esenciales del habilidoso, técnico y recursivo estilo para jugar al fútbol de Lucho Díaz: naturalidad, improvisación, velocidad, creatividad, gambeta, dominio de la pelota, malabarismo, magia, disparo de media distancia, cabezazo implacable, capacidad goleadora, sentido del sacrificio, superación del dolor, resiliencia, valor, alegría, atrevimiento. Produce un gran deleite verlo jugar. Mucho más cuando sus equipos ganan, como pasó con la selección Colombia ante Brasil y como ocurre a menudo con el Liverpool. Y más aún cuando él se erige como la gran figura o anota un gol que dedica a la libertad de su padre. La profunda alegría de “Mane”, que casi se desvanece por la intensidad de la emoción que le produjeron los goles de su hijo, contagió de una entrañable felicidad al país entero.

Mención aparte merece la solidaridad expresada a Lucho, su verdugo, por varios jugadores brasileños como el portero Allison Becker, su compañero de Liverpool, o como Pepe y varios más. Un gesto digno de encomio que pone por encima del resultado deportivo el valor del ser humano, de la compasión y de la libertad. Como dijo el premio nobel Albert Camus, quien también fue portero profesional: “Todo lo que sé sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol". Nuestro Lucho Díaz, nuestro grandioso Luchito, lo sabe bien.

Coletilla

En una democracia son bienvenidas y necesarias las críticas a los presidentes y gobiernos que están al frente de los destinos del país. Contra Petro, contra Duque, contra Santos, contra Uribe, contra el que sea. Lo que es inadmisible, cobarde y miserable es que ese malestar se ensañe con insultos contra una niña como Antonella Petro, de 15 años, la hija del presidente Gustavo Petro, que tuvo que salir del estadio ante el odio irracional y la furiosa arremetida de unos cuantos vociferantes energúmenos que estaban cerca de ella y de su familia. Esto fue mucho más allá que el coro de “Fuera Petro”.

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