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Trofeo de la Eurocopa
El conflicto entre Israel y el grupo palestino Hamás provoca sus primeras consecuencias en el fútbol.
AFP

Esta magnífica Eurocopa 2020 que se juega en el 2021 por razones de la pandemia me ha llamado mucho la atención no solo por el nivel que fue logrando paso a paso, con el transcurso de los partidos --la jornada del 28 de junio en la que en dos encuentros se anotaron catorce goles es memorable--, sino también por el pretexto que ha brindado a muchos para repasar la historia, sobre todo de las naciones nuevas que han competido con enorme dignidad.

Quiero detenerme particularmente en el caso de Macedonia del Norte. Un país con una riquísima y antiquísima historia, que se remonta a más de veinticinco siglos y que en su momento constituyó un reino poderoso, atacado, conquistado y reconquistado por búlgaros y otomanos, entre otros.

Es el mundo en el que se movió Alejandro Magno, desde el cual emprendió sus innumerables conquistas territoriales. Macedonia hizo parte de la antigua Yugoslavia, que también conformaban Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia-Herzegovina y Montenegro. Croacia y Macedonia del Norte han competido en la Eurocopa y en la medida de sus posibilidades han sido protagonistas.

Hace treinta años hacían parte de un solo país, mantenido férreamente unido y disciplinado por su líder Tito, hasta su muerte, en 1980, cuando todo empezó a resquebrajarse. Tras la guerra de los Balcanes, en la que Croacia puso una alta cuota de sangre, pero Macedonia se mantuvo alejada, vino la recomposición política de esos países hasta el punto al que han llegado tres décadas después: integrantes o aspirantes a ser de la Unión Europea, abiertos al turismo, contagiados de la globalización y con mejoras en su nivel de vida.

Croacia es sin ir muy lejos uno de los destinos preferidos por turistas de todo el mundo, por su gran infraestructura vial, que permite que sea recorrido en carro sin mayor problema a una velocidad mínima de 130 kilómetros por hora, y también por sus islas y ciudades costeras.

Macedonia del Norte se ha venido abriendo al mundo de unos años para acá y sus gobernantes han hecho millonarias y controvertidas inversiones para atraer a los extranjeros. Son polémicas las estatuas que pululan por doquier en su capital, Skopjie, muy al estilo de una ciudad aparentemente vieja, y las intervenciones de viejos edificios que ahora son modernos, pero que compiten con los muy tradicionales bloques simétricos de la era comunista.

En el centro de Skopjie está también el centro de la polémica del momento. Una estatua en “homenaje al guerrero a caballo” es en verdad una nostálgica evocación de Alejandro Magno, de quien los macedonios del norte dicen ser compatriotas. 

No piensan lo mismo los griegos, que insisten en que el gran conquistador es de la norteña región griega de Macedonia, cuya ciudad más importante es Salónica. Una región y un país con un mismo nombre es suficiente caldo de cultivo para una confrontación internacional.

Desde hace un tiempo, y por ratificación popular, los antiguos macedonios que eran parte de la Yugoslavia desaparecida, se llaman ahora a regañadientes macedonios del norte. Y siguen proclamando que la auténtica Macedonia es la de ellos. También reivindican el nacimiento en Skopjie de la Madre Teresa, de quien hay estatuas en la ciudad y la conservada casa en la que nació.

Lo que pasa es que Macedonia, que limita con Albania, también fue un territorio en disputa con los albaneses, que en efecto alguna vez la dominaron. Por eso, parte de la obra social de la Madre Teresa se realizó en Albania, y en Albania dicen que ella es albanesa. Y ella es más conocida como la Madre Teresa de Calcuta, por toda su obra en ese territorio empobrecido de la India.

Una cosa que llama la atención, pero que obviamente no es novedosa, es cómo pudieron ser hermanos alguna vez países tan distintos como Eslovenia, Croacia, Macedonia y Serbia, solo por mencionar esos cuatro. En cada uno de ellos hablan su propio idioma y en el caso de Serbia y Macedonia tienen además de su idioma, el alfabeto cirílico, que es el mismo que se escribe en Rusia. Y cuando uno va a esos países le cuentan que el cirílico no es un alfabeto ruso sino búlgaro, inspirado en el griego, pero con la intención de que fuera el alfabeto eslavo por excelencia, es decir, para que pudiera usarse en muchas naciones.

Hoy por hoy, viendo lo que vemos cada día, nos damos cuenta de las enormes diferencias culturales, idiomáticas, políticas, de estos países llenos de historia y de riquezas, hermanados por ese otro idioma universal: el fútbol.

Nota: a juzgar por el nivel que se ha visto en la Eurocopa 2020, el idioma futbolístico que se habla allá –en
el campo de juego—parece ser muy distinto del que estamos usando por estos lares…

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