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Una mujer. Una mujer negra. Una mujer negra y trans. Una mujer negra, trans y pobre. Una mujer negra, trans, pobre y prostituta. Una mujer negra, trans, pobre, prostituta, que vivía en Estados Unidos en plena revolución sexual. Esa mujer se llamaba Marsha Johnson. Nació en 1945, murió en extrañas circunstancias en 1992. Toda su vida transcurrió en la Guerra Fría pero ella, con muchas otras personas parecidas, marcaron la historia de una caliente revolución sexual que todavía no termina. 

Un día, cansada, Marsha Johnson le lanzó una moneda (¿sería una piedra?) a un policía. Ustedes bien saben qué pasa cuando alguien ataca a un policía. Y no, no lo hizo por rebelde, ni por facinerosa. Simplemente no quería volver a pagarle a la autoridad de la ley para vivir en paz. Ustedes saben lo que pasa cuando una mujer se cansa y alza la voz: violencia y más violencia. Gracias a su valiente acción, todos los años alrededor del último fin de semana de junio y el primero de julio, las personas LGBTI en todo el mundo nos reunimos a decir: “sí, somos alguien”. Al principio era un gueto, con el tiempo se ha convertido en una fiesta, en una celebración en la que participamos sin distinción personas de todas las clases, todos los colores y todas las orientaciones, es el verdadero encuentro de la diversidad. 

Y en el primer párrafo de esta columna la describí y repetí cada una de las características de Marsha Johson para recordar que las personas que hoy más se parecen a ella son las que menos se han beneficiado del movimiento que la lanzó a la fama. Sin duda ser un hombre blanco, gay, de nivel socioeconómico medio-alto en Bogotá es mucho más fácil que ser trans, negra, pobre, prostituta y vivir en alguna periferia de este país. Eso es lo apenas obvio. Sin embargo, imagínense lo siguiente: hoy en Bogotá casi la mitad de la gente cree que está mal que una persona homosexual dicte clase, casi una cuarta parte de la población no quisiera a tener a alguien abiertamente LGBT en la casa de al lado y 8 de cada 10 residentes de esta ciudad cree que la orientación sexual y la identidad de género siguen siendo un motivo de discriminación. ¿Cómo será en el resto del país?

Mientras se lo pregunta, le invito a que, en los próximos fines de semana cuando se encuentre en el San Pedro, en la fiesta de todas las familias, en la marcha de las ciudadanías LGBTI, o como se llame en su ciudad, participe, aplauda, vea con alegría que estamos entre todos y todas poniendo un granito de arena para hacer una sociedad más igualitaria y menos desigual. Las celebraciones del orgullo gay en Colombia empezaron el viernes 21 de junio en Montelíbano y estarán en los próximos días en: Bucaramanga, Barranquilla, Soledad, Maicao, Magangué, Malambo, El Carmen de Bolívar, Santa Rosa de Lima, Valledupar, Bogotá, Medellín, Cali, Pereira, Arauca, Florencia, Girardot, Villavicencio, Sogamoso, Ibagué, Pasto, Neiva, Tabio, Tuluá, Tunja, Leticia, Mocoa, Bello y Quibdó. 

Un recorrido del posconflicto que nos permite recordar que en todo el país los actores armados implicaron vejámenes contra población de gays, lesbianas, bisexuales y trans por todo el territorio: mujeres mutiladas en Puerto Boyacá, desfiles denigrantes en los Montes de María, desplazamiento forzado en Caquetá. El listado lo completan las decenas de hombres gays que mueren en sus casas torturados después de furtivos encuentros sexuales y las mujeres que en Cali son despedazadas por ser trans. 

Ni hablar de las violencias que se reproducen todos los días: “yo tengo amigos gays pero no estoy de acuerdo con sus derechos” decía la vicepresidenta electa; “el matrimonio es una cosa biológica que no puede ser entre dos hombres” le escuché a una estudiante en días pasados; “que sea tan gay como quiera, pero que no se le note”, decía una jefe que echó a un empleado porque le parecía que botaba muchas plumas. Obvio, no se me olvida que muchas veces, sin darse cuenta, la gente dice “tan marica” o “esa maricada” en despectivo, para recalcar todos los días que ser e identificarse como LGBT es algo que está mal, que es una pendejada. 

Acompañe a sus amigos, a sus hijos, a la gente desconocida a reafimar sus derechos. Acompáñenos a decirle a Marsha Johnson que su vida nos marcó y estamos tratando de darle una nueva vida a las ciudadanías excluidas. 

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