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El año 2020 que es sonoro y robusto, de esos que llenan el corazón de optimismo, no parece significar nada positivo para los líderes sociales y de derechos humanos, porque el panorama y la realidad que los rodea son de incertidumbre, miedo y muerte.

Así empezó la nueva década para estos hombres y mujeres que trabajan y luchan, no por ellos sino para los demás. Y sacrifican sus familias, sus días de descanso y hasta la posibilidad de desempeñarse en otra actividad mejor remunerada, menos arriesgada y más agradecida.

Pero no, no podrían.  No se sentirían a gusto, no se levantarían con tantas ganas de vivir un día más porque esa es su esencia: el servir a la comunidad, el convertirse en la voz y los representantes de tantos que necesitan hacer valer sus derechos y exigir una vida digna y tranquila.

¡Lástima que estén tan abandonados a su propia suerte! Que nadie los proteja mientras ellos, literal, dan la vida por su gente. Y los están exterminando también a ellos de una manera vertiginosa, que casi no da tiempo a respirar, a pensar, a reclamar.

En 14 días del primer mes del año ya iban 18 líderes sociales asesinados. Más de uno en promedio diario y la cifra cala hasta los huesos. El escenario de los asesinatos se repite como en un patrón de ejecuciones sistemáticas: la zona rural de municipios del Huila, Putumayo, el Cauca, Chocó y Antioquia. Y van catorce días sin que pase nada distinto a volver a reportar la nueva víctima en los medios de comunicación.

Tuve que mirar una columna mía anterior porque estaba segura que ya había escrito sobre líderes sociales asesinados. Pero no. Era sobre líderes indígenas y su exterminio. Es decir, sobre lo mismo. Y la tragedia ahí.

Esa columna fue publicada el 22 de octubre de 2019 y daba cuenta de la alerta que lanzaban las organizaciones indígenas sobre el asesinato de 117 de sus líderes a la fecha, y del clamor protección y ayuda para parar la máquina del horror, la máquina mortal.

En ese entonces, las autoridades se pronunciaban y aseguraban que las investigaciones iban por buen camino; que las recompensas para dar con los autores de los crímenes estaban dando resultado; que esta vez no habría impunidad.

Pero la impunidad siguió y la inseguridad también. Ahora no con los indígenas, aunque estoy segura que también con ellos las amenazas siguen y la desprotección también. Solo que en el inicio del 2020 el objetivo de los asesinos son los líderes sociales y de derechos humanos. Y repito la cifra: más de uno en promedio por día que cae abatido en presencia de sus hijos o junto a vecinos que estaban ahí cuando se perpetraron los atentados.

Por estos días la situación ha sido diferente, porque el silencio ha sido vergonzoso. De pronto, las autoridades responsables de la seguridad y protección de estos líderes aún están en vacaciones o, quizá, hay otros temas que por coyuntura se roban toda la atención y las declaraciones. O tal vez ya estos homicidios se volvieron paisaje como tantas otras cosas que nos estremecen de la misma impotencia que sentimos, del mismo olvido en que se convirtieron.

El problema es que estamos hablando de seres humanos, de vidas valiosas todas por el simple hecho de existir, pero además porque son los luchadores de sueños y defensores de derechos de sus comunidades y están en condición extrema de vulnerabilidad pero este problema tiene solución. Y hay que frenar el exterminio porque ya tenemos una deuda con la historia de los cientos de líderes que han sido asesinados.

Es cuestión de ponerle voluntad y decisión pero no podemos permitir que nos los sigan matando.

Fuente

RCN Radio

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