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A pesar de la cuarentena, o del aislamiento preventivo obligatorio, o del  confinamiento o enclaustramiento -como lo quieran llamar- por la pandemia del coronavirus, o justamente por eso mismo, hoy tuve una alada e inspiradora visita en el balcón de mi apartamento al mejor estilo de Romeo y Julieta: un pajarito pardo de pico anaranjado con un timbre de voz parecido al de Luciano Pavarotti. Un tenor con trino aterciopelado y potente, ajeno al maremágnum que vive el mundo.

En el tedio de la tibia tarde de la cuarentena me iba a asomar un rato al pequeño balcón, adornado con unas flores mustias por el encierro, cuando lo vi posado en la baranda cantándome y cantándoles un recital a todas las almas en pena de los edificios vecinos.

Aparte del ruido estruendoso de algún vecino, más cuervo que pájaro, hacía mucho tiempo que no se oía en el barrio, lo mismo que en la mayoría de barrios de esta abigarrada Bogotá, el trinar de las aves en la ciudad lúgubre y marchita por la contaminación, el estrés, la agresividad, la incultura y el exceso de carros y motos, de pitos y alarmas, de gentes...

Dirán que efecto del vino, un exquisito, sedoso y equilibrado vino Malbec de Mendoza (Argentina) que a veces me acompaña –cómo sí no-, pero a mí me pareció genuinamente que cantaba esa nostálgica y añeja canción napolitana, “O sole mío” ("Oh mi sol”), cuya impronta interpretativa dejó Pavarotti para la posteridad:

“¡Qué bella cosa es un día de sol!
Un aire sereno después de la tempestad,
por el aire fresco parece ya una fiesta.
¡Qué bella cosa es un día soleado!”

Al rato se le unió a manera de dúo otro tenor, un gorrioncillo patiamarillo de verde plumaje. Digamos que José Carreras. Dirán que efecto de la fiebre del coronavirus, pero me pareció que cantaban ahora el coro “Va, pensiero” (“Vuela, pensamiento”), un mítico y legendario himno de nuestros hermanos italianos, cuya música fue compuesta por Giuseppe Verdi y su letra escrita por Temistocle Solera, inspirada en el Salmo 137 del Antiguo Testamento y que en una de sus estrofas reza a guisa de plegaria:

“¡Vuela, pensamiento, con alas doradas,
pósate en las praderas y en las cimas
donde exhala su suave fragancia
el dulce aire de la tierra natal!”.

Y que finaliza con un reiterativo halo de esperanza:

“Canta un aire de crudo lamento
o que te inspire el Señor una melodía
que infunda valor a nuestro padecimiento,
que infunda valor a nuestro padecimiento,
que infunda valor a nuestro padecimiento,
al padecer, valor!”.

Emocionado me acerqué sigilosamente a felicitarlos y aplaudirlos, pero tanto los pajaritos como mis pensamientos volaron precipitadamente a insospechadas y lejanas tierras: acaso Babilonia o Jerusalén, acaso Milán o Florencia en el corazón de la pandemia y de Italia, que padece una de las peores crisis humanitarias producto del Covid-19. 

“Va, pensiero” es el coro del tercer acto de la ópera “Nabucco”, obra maestra de Verdi que canta la historia del exilio del pueblo hebreo en Babilonia tras la pérdida del primer templo de Jerusalén. “Nabucco” es una tragedia lírica que se convirtió en un himno para los italianos que buscaban la unidad nacional y la soberanía frente al dominio austríaco. Una conmovedora pieza musical, cuyo tema es el exilio y la melancolía por la Arcadia perdida, por la lejana tierra natal. Uno de sus versos, “Oh mia patria sì bella e perduta!” (“¡Oh patria mía, tan bella y perdida!”), aún resuena en el corazón de muchos italianos.

Recordemos que 50 millones de muertos dejó la mal llamada gripe española en 1918, frente a la cual la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue un juego de niños. La peste bubónica o peste negra, la pandemia más devastadora en la historia de la humanidad, que se propagó por Asia, Europa y África en el siglo XIV, mató a unos 70 millones de personas, cerca del 50 por ciento de la población europea. Hoy en día, siglos después, decenas de miles de muertos y contagiados –las cifras cambian vertiginosamente día tras día- ha dejado el Covid-19 en Europa, Asia, América y el mundo.

Como ustedes, ya estoy ahíto –no por el vino propiamente- de cifras presentes, pasadas y futuras en relación con esta pandemia del coronavirus o con todas las pestes que han asolado a la humanidad a lo largo de la historia. Hasta el premio nobel Albert Camus escribe en “La peste”, novela que estoy leyendo durante esta plaga: “Ciertas cifras brotaban en su recuerdo (doctor Rieux) y se decía que la treintena de grandes pestes que la historia ha conocido había causado cerca de cien millones de muertos”.

Pero no más cifras por el momento. Pese a las cifras, pese al desasosiego, pese a la incertidumbre, pese a todo, tengo la esperanza de que salgamos de la crisis siendo mejores seres humanos: personas más solidarias y compasivas y menos egocéntricas y estúpídas, más auténticas y amables y menos triviales y agresivas, más sencillas y humildes y menos ambiciosas y soberbias.

No sabemos qué va a pasar al final de esta pandemia con nosotros y el mundo. Seremos distintos, sin duda, quizás más vulnerables, pero no sabemos cómo seremos exactamente: difícil, eso sí, que seamos peores. Lo que sí les puedo asegurar es que este pájaro tenor de pico anaranjado, émulo de Pavarotti, y su compañero patiamarillo, colega de Carreras, eran de verdad: no como el que se le apareció a Maduro una vez. Tengo testigos, aparte de otros pájaros.
 

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