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Les propongo la siguiente regla de tres o, mejor, el siguiente silogismo: si el Instituto Caro y Cuervo ganó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicaciones y Humanidades por la colosal hazaña de culminar el “Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana”, cuya completa elaboración demandó más de un siglo de arduas investigaciones lexicográficas; y si yo tuve el honor y el orgullo de trabajar como investigador del Departamento de Lexicografía del Caro y Cuervo en la etapa final del Diccionario del maestro Rufino José Cuervo (Tomos V-VIII): ¿podríamos decir que yo soy uno de los ganadores del Príncipe de Asturias, hoy Princesa de Asturias? ¿No es cierto que no es verdad?

Este anfibológico acertijo matemático-lingüístico me sirve de pretexto para celebrar, quitándome el sombrero, los 80 años de existencia que cumplió el pasado 25 de agosto el Instituto Caro y Cuervo. Ochenta años de investigación, docencia, literatura, lingüística, lexicografía, producción editorial, formación profesional y defensa de las lenguas indígenas; ochenta años de ciencia, academia, conocimiento, intercambio cultural, inclusión social y regional y prestigio internacional para Colombia y la lengua española. Al Instituto, incluso, lo conocen y lo valoran más en el exterior que en el mismo país. Será por aquello de que nadie es profeta en su tierra.

Quizás por eso mismo don Rufino José Cuervo Urisarri y su hermano Ángel se fueron para Francia a finales del siglo XIX a continuar con su experiencia vital y con el mayor proyecto lexicográfico que se haya concebido nunca a este lado del Atlántico y uno de los más grandes y robustos que se hayan desarrollado jamás en el mundo hispánico. Por supuesto, me refiero al “Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana”. A la altura -o algo más- de la primera gramática del español (“Gramática castellana”), elaborada por el filólogo y lingüista Elio Antonio de Nebrija y publicada en 1492, tres meses antes del arribo de Cristóbal Colón a América. O al nivel -o poco más- de esa joya lexicográfica que es el “Diccionario de uso del español”, publicado en 1967 por la filóloga y lexicógrafa aragonesa María Moliner. Para no mencionar el “Diccionario de la lengua española” (DRAE), de la Real Academia, que actualmente recibe 100 millones de consultas mensuales en línea, que lleva más de 20 ediciones y que nos acompaña desde 1780. Ni a su antecesor, el “Diccionario de autoridades” (1726-1739).

En “El cuervo blanco”, duramente exquisito, documentado y muy personal libro de Fernando Vallejo sobre Cuervo, el autor advierte sobre la magnificencia y monumentalidad del Diccionario: ”La empresa más delirante de la raza hispánica. Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, Cortés, Pizarro, don Quijote y otros de su talla, comparados con él son aprendices de desmesura”.

No sabía el erudito humanista don Rufino que su nombre, junto con el del gramático y político conservador Miguel Antonio Caro Tobar, se iba a extender en la historia a través del Instituto. Sin contar con su vasta, prolífica y profunda obra lingüística, lexicográfica, filológica, literaria y epistolar. Para seguir con Vallejo, “por su familia había nacido para el poder, pero lo despreciaba. Aunque no pasó por la universidad y se enseñó solo, llegó a saber lo que nadie de este idioma”.

Por su parte, además de humanista, periodista y filólogo, Caro fue presidente de Colombia entre 1892 y 1898, y participó en la redacción de la añeja Constitución de 1886. Al retirarse de la política se dedicó a la literatura y la lingüística. Escribió la “Gramática de la lengua latina”, en colaboración con Cuervo; publicó numerosos ensayos gramaticales, e hizo traducciones de obras clásicas.

El Instituto Caro y Cuervo se ha constituido en salvaguarda del patrimonio lingüístico de Colombia, conformado por más de 60 lenguas, además del español. Esto lo hace a través del trabajo investigativo sistemático y el seguimiento permanente, no sólo en bibliotecas sino también “in situ”, en las regiones donde se hablan estas lenguas indígenas y vernáculas, algunas de las cuales están en peligro de extinción por la falta o la muerte de los últimos de sus hablantes. De ello da cuenta el “Atlas Lingüístico-Etnográfico de Colombia” (ALEC), una de las obras más importantes en cuanto a la descripción del español hablado en cualquier país latinoamericano.

Aparte del Premio Príncipe de Asturias, el Caro y Cuervo se ha hecho acreedor de reconocidos galardones internacionales como el Premio Bartolomé de Las Casas, el Premio Elio Antonio de Nebrija y el más reciente, la Placa de la Real Orden Isabel la Católica (2020), entre otros. Toda una trayectoria académica, científica y editorial distinguida por el mundo y la historia.

Una especie de mito urbano y académico da por hecho que el Caro y Cuervo tiene una cosmovisión conservadora de la vida, la política, la ciencia, la enseñanza, la literatura, la lingüística y la gramática. Discutible. Baste recordar que nació en el gobierno del liberal socialdemócrata Alfonso López Pumarejo y que Gabriel García Márquez el único cargo público que aceptó en Colombia fue el de ser miembro de su consejo directivo. El Premio Nobel consideraba que el Diccionario de Cuervo era una “novela de palabras”. Sin duda, una “opus magnum” de la filología castellana. Y lo que muchos tal vez no sepan es que el Instituto surgió en sus orígenes como dependencia del Ateneo Nacional de Altos Estudios, creado en 1940 por el entonces ministro de Educación, el líder popular Jorge Eliécer Gaitán. 

En un principio llevó el nombre no oficial de Instituto Rufino José Cuervo, hasta que el 25 de agosto de 1942 fue denominado formalmente Instituto Caro y Cuervo en homenaje también al expresidente y gramático godo Miguel Antonio Caro. La entidad fue creada hace ocho décadas con el objetivo principal de continuar y concluir la magna obra del “Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana”, además de estudiar las lenguas indígenas y difundir los estudios filológicos. La historia ha demostrado que el Instituto ha cumplido a cabalidad con estos cometidos. Incluso, ha alcanzado otras metas y navegado hacia otros horizontes. Aparte de ciertos trazos tradicionalistas que sin duda están presentes en su ADN, ese espíritu liberal y ese pensamiento universal los percibí a través de inolvidables y eruditos profesores y de entrañables y sapientes compañeros de todas partes de Colombia y de varios países del mundo en aquellos tiempos del magíster en literatura que hice en el Seminario Andrés Bello, la unidad docente del Caro y Cuervo. ¡Qué tal ese trío!

Entre la colonial Casa Cuervo, ubicada en el histórico barrio de La Candelaria, y la encantadora Hacienda Yerbabuena, al norte de Bogotá, pasaron esos enriquecedores y fecundos años de trabajo, estudio, investigación y aprendizaje. Los mismos lugares, edificaciones, aulas y bibliotecas, con todas las ampliaciones y remodelaciones que han tenido en los últimos años, donde se siguen formando en lingüística y literatura centenares de colombianos y extranjeros, y donde se siguen desarrollando y editando decenas de proyectos editoriales y de libros.   

“Vita longa Instituto Caro y Cuervo. A patria lingua est”.

Fuente

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