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Dicen que el anhelo final de los seres humanos es despedirse de este mundo rodeados de familiares y amigos. Sería así la culminación feliz del paso por este valle de lágrimas, el tránsito a otro mundo u otro estado, o simplemente el cierre de la peregrinación por estas tierras hacia la nada. Depende de lo que cada quien piense o crea.

También es creencia que la muerte siempre nos sorprende; que cuando tenemos una cita a la hora señalada, debemos cumplirla pase lo que pase de manera inevitable. Además, que nadie está preparado para morir, que hasta el último instante la esperanza permanece intacta como una marca indeleble en el alma: la inquietud, la idea romántica de que nuestros días serán eternos.

Nacer y morir son las dos únicas certezas; lo demás es literatura y aventura. Entre esos dos puntos solo hay incertidumbres, penas y alegrías, amores y desamores, ilusiones y tristezas. De eso está llena la existencia. Al hombre lo crían para que sobreviva; y lo despiden según lo haya hecho, según su desempeño. Qué pesar por aquellos que se van sin pena ni gloria; sin haber dejado siquiera un recuerdo.

Por estos días me embarga una confusión enorme. A pesar de la certeza de que todo tiene su final, uno se acostumbra a que el punto de llegada aparezca de la nada y se enfrente, con dolor o serenidad, con la resignación de un paso que alguna vez fue galopante y brioso y que los años convierten en lento y apaciguado, ya sin mayores rumbos. Digo, es lo que se acostumbra. Pero no es necesariamente lo que siempre debe ocurrir.

La confusión se asoma al conocer el caso de un compañero muy querido, muy admirado, Israel Mendoza, quien, aquejado por la retadora enfermedad conocida como ELA, decidió comunicarles a sus familiares hace unos meses que ya quería morir y no ansiaba persistir en su existencia precaria como consecuencia del dolor y los impedimentos.

Israel fue un hombre de radio, vinculado durante casi treinta y cuatro años a RCN Radio, amante del sonido y de la técnica, que se desempeñó con éxito y reconocimiento en su oficio. Era conocido cariñosamente en Boyacá como "El gato", por su ojos vigilantes y su curiosidad sin límites. Como se suele decir, un hombre lleno de vida y de ilusiones, hasta que lo aquejó la enfermedad que lo paralizó casi totalmente. Su lucidez y sabiduría adquirida con los años a través de las luces y sombras de alegrías y pesares, permanecían intactas, hasta el momento final.

Tenía apenas sesenta y ocho años. Pero Israel creía que ya eran suficientes, que no había más qué hacer. Inició los trámites ante las autoridades de salud y puso una fecha, un viernes de octubre, a las diez de la mañana. La fecha de su muerte. Él mismo le puso la cita. Después de la confirmación, lo que vino fue el anuncio a sus amigos y antiguos compañeros. Todos los que no estábamos enterados quedamos obviamente sorprendidos y consternados.

Pero la consternación fue aún mayor en mi caso, quizás por mi cobardía, cuando conversé con él un día antes de su muerte, casi veinticuatro horas exactas antes de que esta se produjera. Lo hice durante una entrevista que no pude continuar porque, como dije, llegué a un punto en el que no sabía qué decir. Al aire, como hombre de radio, Israel, y uno de sus hijos, Mario, contaron cómo se había desenvuelto esta historia. Lo hicieron de una manera serena y clara, no necesariamente festiva, obviamente, pero sí llena de calidez y aceptación de los nuevos términos de la apuesta.

El punto más fuerte fue cuando le pregunté a Israel qué íbamos a hacer sin él mañana, cuando ya no estuviera con nosotros. "Estaré con ustedes en sus corazones. Allí me quedo", dijo, tranquilamente. A pesar de que la eutanasia sigue siendo un tema no exento de controversias, se puede decir que mi antiguo compañero de trabajo, de tantos años, era un hombre que había alcanzado la paz y había decidido, él sí, su propio destino.

En efecto, al otro día ya no estaba, físicamente. Se había acabado su dolor. El procedimiento salió como él esperaba, y los días siguientes prosiguieron para todos nosotros, comenzando por su familia, con su recuerdo a cuestas y con el privilegio que se concedió de haberse despedido de sus amigos. Una valiente decisión que aún nos inquieta.

Fuente

RCN Radio

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