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Dicen que es el oficio más viejo del mundo y que existirá por siempre. Dicen también que muchas mujeres lo hacen por libre elección, por gusto o por convicción. Dicen que es un trabajo como cualquier otro y dicen que es parte de la libertad individual pagar por sexo y vender el cuerpo. Todo eso dicen de la prostitución, pero como no acabo de entender a los hombres que pagan por sexo, muchos incluso teniendo pareja, un día pregunté al aire: ¿Por qué lo hacen, no es mejor conquistar a una mujer en franca lid?

Recibí muchas respuestas. Algunas interesantes, otras desobligantes, como suele suceder. Uno dijo que sale más barato que pagar la comida, el cine y el taxi para poder al final llevarse a la cama a una mujer (creo que ese no ha llegado al siglo XXI). Otros hablaban de evitar lazos emocionales, unos más decían que no echaban cantaleta, otros que podían pedir lo que quisieran sin tener que complacer a nadie, otros porque lo consideran sexy y alguno más dijo “¿por qué no, si siempre están dispuestas y no les duele la cabeza?” También alguien me reclamó porque mi pregunta discriminaba, pues no indagaba por las mujeres que pagan por sexo, que también existen, por supuesto, pero en términos porcentuales sigue siendo un número mucho menor. Los hombres superan el 90 por ciento de los clientes de la prostitución.  

La respuesta más interesante fue sin duda la de una mujer que me contactó personalmente para contarme que en el mundo hay una iniciativa de muchas organizaciones que busca abolir la prostitución porque consideran que es un delito de trata de personas y como tal no puede ser visto como un trabajo o un oficio cualquiera. Después de una interesante charla con ella y con una mujer enfrentada a la vida en la prostitución, decidimos con un grupo de periodistas de RCN Radio abordar esa mirada, escuchar lo que se tiene para decir desde quienes están en el negocio y quienes han estudiado el tema para poner al aire sus historias y para tratar de entender, como hacemos siempre con todos los temas, qué significa eso de pretender abolir la prostitución. 

La tarea no fue fácil. Primero batallar con los prejuicios que han existido desde siempre y que los tenemos enquistados en nuestra manera de entender o mal entender el fenómeno. Esos prejuicios que nos hacen ver a estas mujeres como si fueran de otra condición, de otro nivel, como si no fueran seres humanos, tan personas como usted que lee o yo que escribo esta columna. Es tan grande el desprecio social hacia ellas que el insulto que más ofende las invoca porque se considera que no hay nada peor que ser un hijo de ellas. ¿Habrá una discriminación mayor? 

Pero fue difícil también encontrar datos y cifras confiables, pues parece que poco importa esta realidad. Pareciera que es mejor no mirar porque así, suceda lo que suceda, no es nuestro problema. Entendí que, como pasa en la guerra, quien se mete al mundo de la prostitución debe deshumanizar a la mujer que tiene al frente para poder buscar de ella solo su cuerpo y abusar en muchos casos. Algunos aseguran que ellas deciden trabajar en la prostitución de manera libre como yo decidí ser periodista o alguien más decidió ser abogado o ingeniero. ¿De verdad creemos que eso es así para la mayoría? Pues para el 84 por ciento de ellas no fue una opción, no fue una elección sino una imposición que llegó cuando eran menores de edad. Muchas terminaron en el mundo de la prostitución porque nacieron en un entorno vulnerable de pobreza, desplazamiento, guerra o abandono y a los 12, 13 o 15 años tuvieron su primer “cliente”. 

Escudriñar en este mundo nos llevó a escuchar sus historias que están plagadas de dolor y abuso. Una de ellas decía que nunca iba a olvidar el olor del primer hombre que la tocó y el miedo que le generó ese momento. En esa transacción hay también agresiones físicas fuertes y muchas terminan con sus cuerpos marcados y lacerados o con secuelas de por vida. Y el impacto sicológico es tan fuerte que los expertos lo califican como estrés postraumático con la carga de ansiedad y depresión que eso trae. Otra mujer contaba que había intentado cambiar de vida muchas veces y siempre el estigma de su pasado le cerraba todas las puertas. 

En algunos países, como Alemania, se ha optado por regularizar el trabajo de estas mujeres para garantizar su seguridad social y sus derechos. En nuestra investigación descubrimos que eso había incrementado considerablemente el número de mujeres en prostitución. Suecia buscó un camino distinto: castigar al cliente y no a la mujer que vende su cuerpo. Por esa vía, con multas o cárcel para los que pagan por sexo, lograron reducir a su mínima expresión el fenómeno. Por supuesto son países muy distintos y tienen otras realidades pero vale la pena comenzar a abrir el debate sobre qué hacer frente a un fenómeno que tiene relación con el crimen organizado, que agrede a menores de edad y que, para muchos, no es otra cosa que el delito de trata de personas porque alguien se lucra abusando de otro ser humano. 

No se trata de un asunto moralista, como me dijo alguien: Hay que celebrar el sexo como a cada quien le parezca siempre y cuando eso no agreda a nadie. En muchos casos la prostitución significa agresión, violencia, todo tipo de vejámenes y explotación por parte de terceros. Más allá de las distintas opciones que se debaten frente a la prostitución y cómo abordarla creo que estamos en mora de devolver a estas mujeres (también a los hombres y a los miembros de la comunidad LGBTI que están en la prostitución) la dignidad que se les ha arrebatado. Lo primero es mirar, entender, recuperar la empatía, no discriminar y recordar que los derechos son para todos. 

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