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En los crucigramas es frecuente encontrar esa definición, para tres o cuatro letras: Aar o Aare, las dos son válidas, dependiendo de si se escribe en francés o en alemán. Se refiere al famosísimo afluente suizo del Rin que, con sus aguas diáfanas, atraviesa la ciudad federal, aunque también pasa por otras más a lo largo de sus casi trescientos kilómetros, bajando desde los Alpes.

En el verano, es la alegría del lugar. Como Suiza no tiene mares, los ríos y los lagos son sus recursos hídricos. Las gentes se vuelcan ávidamente hacia el goce de su discurrir acompasado, alegre y trotón, bien sea desde la orilla o desde los puentes de diversos tamaños que lo atraviesan. 

Al lado del Aar se ha construido una cinta de cemento que les permite a los ciudadanos caminar o trotar, acompañar su recorrido de una forma placentera y refrescante. Y cada tanto se puede encontrar una escalera que va descendiendo hasta adentrarse en sus aguas un poco más de un metro; luego, es fácil dejarse llevar por la corriente, cuya fuerza cambia dependiendo de los vientos. 

Unos lo hacen en balsa o en canoa, para recorridos de hasta veintiocho kilómetros, y otros solo usan flotadores para bracear confiadamente y sin aprietos hasta el cansancio. 

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Sin embargo, no es una buena idea lanzarse a sus aguas sin algo que lo saque a flote, como si estuviera en el Magdalena; craso error. En un verano reciente, yo lo hice, muy a la colombiana, y más adelante, cuando se presentó el primer desvío para entrar a la piscina formada a la izquierda, el río frenó súbitamente y formó un vacío que me hundió sorpresivamente casi un metro. Como un gato en un tobogán me defendí con brazadas de cachaco y salí a flote, retomé fuerzas y busqué la orilla. Cuando subí las escalinatas para reposar el susto, volví a leer las instrucciones en varios idiomas: "Se lanza sin flotador bajo su estricta responsabilidad". 

No es difícil encontrarse con esas piscinas sobre el costado izquierdo del río, formadas artificialmente a partir de una bifurcación en la orientación de su caudal. Un pozo se abre entonces para disfrutar y acercarse a la playa que se ha habilitado en el césped, donde cada quien busca su espacio al lado de vestieres y lockers para guardar la ropa. También es posible encontrar, más arriba, algunos tramos pedregosos donde montar una carpa y unas sillas y sentir así de mejor manera la cercanía de sus aguas. 

Si bien no está expresamente prohibido, no está bien visto que se lleve comida hasta la orilla del río, por el riesgo de que algún residuo pueda caer adentro. Para eso, más bien, existen unas mesas de madera, cómodas y amplias, gratuitas, donde se pueden compartir las viandas en caso de hambre urgente; tampoco es bien recibida la música a todo volumen, como ocurre en el trópico, y tácitamente se agradece el uso de audífonos para no molestar a quienes duermen tirados en el césped o se dedican a la lectura. 

Muchos hacen deporte, juegan fútbol o lanzan el frisbee. Y otros simplemente descansan en medio de la cuidada vegetación de verdes cambiantes que es resguardada con primor por sus habitantes. Incluso, en algún punto es posible disfrutar de un restaurante que está sobre el río y desde allí se puede admirar la majestuosidad del edificio que acoge al parlamento suizo. El río está integrado plenamente a la vida de la ciudad. 

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Ahora que tanto se insiste en la necesidad de rescatar los ríos de Colombia, especialmente el más largo e importante de ellos, vale la pena soñar con un día en el que sus aguas sean limpias y sanas, y las gentes se puedan consumir en ellas como un acto de alegría y felicidad y no por mera necesidad de subsistencia. 

Lo mismo vale para Bogotá. La promesa del rescate del río que lleva su nombre es apenas una ilusión; a pesar de los intentos, incluso virtuosos, que llevan muchos años, no se ha logrado. Los ríos hacen parte del progreso de las grandes ciudades: el Támesis para Londres, el Sena para París, el Spree para Berlín, el Tajo para Lisboa, el Danubio para Viena, Bratislava y Budapest, el Hudson para Nueva York, el Neva para San Petersburgo. Todas ellas viven y gozan de sus ríos cruciales, y sus habitantes están comprometidos con su cuidado, como debería ser.

Fuente

RCN Radio

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