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Había demorado esta columna buscando el tema exacto y, la verdad, no lo encontraba. Llevaba muchos días dándole vueltas y lo único de lo que se hablaba era de las marchas del 21N (21 de noviembre) y el temor a que una vez más los agitadores, los desadaptados, los vándalos hicieran de las suyas.

El ambiente estaba tenso y el gobierno llevaba dos semanas hablando de las medidas, anunciando decretos y entregando declaraciones (las ruedas de prensa desaparecieron) en las que advertían  que no permitirían desmanes y que la fuerza pública estaba presta a responder. Por su parte las organizaciones sociales anunciaban gigantescas concentraciones y movilizaciones para el jueves (hoy) y que no se dejarían amedrentar por las amenazas de la represión a su legítimo derecho a la protesta.

En el medio muchas empresas, en su mayoría privadas, decidieron dar el día a sus empleados bien por si querían marchar o bien si preferían estar en sus casas. Los comerciantes optaron por no abrir sus negocios y protegerlos con láminas metálicas o de madera para que, si llegaban a ser víctimas de los violentos, no sufrieran mayores daños.

Por televisión se empezaron a mover mensajes en los que se quería humanizar a los agentes del Esmad (Escuadrón Móvil Anti Disturbios) pero cuyo mensaje no llegó, pues en vez de mostrarlos con sus familias, con sus sueños, con sus problemas rutinarios, aparecieron marchando por las calles y al final en posición de ataque (mal mensaje).

Pero también comenzaron a escucharse voces de líderes de opinión, líderes sociales y líderes sindicales invitando a marchar pacíficamente y a respetar por igual los derechos de los que iban a marchar como los derechos de los que no creían en las marchas y no iban a participar.

Así llegó el jueves 21N y desde muy temprano en la madrugada se sintió en las principales ciudades como si se tratara de un día festivo. Poco tráfico vehicular, sensible disminución del transporte público y gente con ropa cómoda y zapatos deportivos preparados para sortear lo que deparara la jornada.

La fuerza pública dispuesta para acompañar las concentraciones y las marchas, los puntos de concentración igualmente vigilados y en algunas ciudades un poco de lluvia con cielo encapotado y las autoridades civiles con Puestos de Mando Unificado controlando a través de cámaras de seguridad los sectores sensibles de las manifestaciones.

Y la emoción que sentí fue total cuando la multitud que avanzaba en una de las marchas se detuvo para gritarles NO a los violentos que intentaban infiltrarse. El video que acababa de montar una periodista que acompañaba una de las marchas más grandes de Bogotá, por la Troncal de la Caracas hacia la plaza de Bolívar, era mágico.

Decenas de personas que avanzaban en esa marcha a la altura de la calle 43 se detuvieron y empezaron a gritar “fuera, fuera, fuera… Sin violencia, sin violencia, sin violencia” a un grupo de personas que buscaba desestabilizar la tranquilidad con que se desarrollaba la protesta social. ¡Y lo lograron! Los agitadores no pudieron infiltrarse ni lograr su cometido.

Algo similar ocurrió con una campaña de desinformación que se empezó a mover en las redes sociales, donde desde cuentas falsas se empezaron a subir videos de un supuesto ataque a buses del sistema de transporte masivo Transmilenio en Bogotá y uno de los cuales era incendiado.

Una “fake news” que de inmediato empezó a ser rechazada de manera masiva por las mismas redes con mensajes de la gente advirtiendo que ese video era viejo, muy viejo. De la época en que se bloqueaba el sistema por mal servicio y también se violentaban los negocios y las estaciones y los portales.

Al momento de escribir esta columna, no sé cómo vaya a terminar la jornada porque es apenas medio día. Confío en que la constante vivida hasta el momento de muchos, muchos ciudadanos marchando pacíficamente se mantenga hasta que termine el día. Pero si no lo logramos, igual lo obtenido hasta este momento muestra que ya estamos cansados del vandalismo y de los agitadores profesionales que solo buscan sabotear y frustrar la protesta social en paz.

Se vale soñar con un país que ejerce su derecho a la protesta pacífica, a que no se desdibujen los reclamos, a que estas protestas sean una fiesta donde prevalezcan los derechos de los colombianos que quieren un mejor país para vivir.

Fuente

RCN Radio

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