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Durante seis horas -en otras zonas del mundo ocho- los colombianos hicimos un viaje al pasado, inesperado, asombroso, llamativo: demasiado breve. De repente, sin notificación previa dejamos de recibir mensajes en WhatsApp, "me gusta" en Instagram y frases o contactos en Facebook. De repente, también, el mundo se desaceleró. Se frenó súbitamente. El caos, el frenesí, la ansiedad, cesaron. El lunes frenético se volvió un domingo apático y en suspenso.

Sentado en la sala de la casa, en silencio, sin recibir notificaciones en el celular, pensé en el mundo feliz que alguna vez viví cuando no existían redes sociales, o cuando no existía la ansiedad y la adicción, la dependencia y la devoción por estas famosas redes que hoy dominan nuestras vidas. Fueron horas en las que, parecía, no estaba pasando nada. ¿En verdad no pasaba nada? ¿O pasaba lo de siempre?

En ese pasado al que viajé por cuenta del colapso mundial de las redes recordé que hay cosas importantes, pero no graves, y que en consecuencia no dan para tanto. Por cuenta del frenesí de las redes, todo lo que pasa es grave y todo es importante, todo es para ya, todo hay que hacerlo ya, hay que responder ya, pronunciarse ya (como si a alguien le importara de verdad lo que uno dice, salvo si es para joderlo, matonearlo, tergiversarlo, atacarlo).

En el mundo, en la vida, en el mundo de la vida, como dicen algunos filósofos, hay muchas cosas importantes. Es más, cada cosa que pasa en el mundo es importante, porque registra lo acaece, lo que ocurre en el tiempo, porque testimonia nuestro paso por la Tierra. Pero pocas cosas son importantes y graves a la vez. Las redes han hecho que todo sea superlativo, que todo sea urgente, que nada pueda esperar: el mundo es ya y ahora o si no se acaba.

Pues no. Eso no es verdad. Por cuenta de todas las redes a las que pertenecemos, por cuenta de la amenaza que pende sobre nosotros ("Si no estás en redes, no existes, no eres nada"), hemos convertido nuestra existencia en un torrente frenético que amenaza llevarnos al abismo. Por cuenta de ese frenesí ha surgido la premisa, con tintes de convicción, de que todo lo que acaece es relevante. ¿Lo es?

Y también, y por añadidura: ¿Todo lo que dices es relevante? ¿Todo lo que piensas lo es? Y más allá: ¿eres relevante? Claro que eres relevante, si no tu existencia no tendría sentido, pero eres relevante porque estás, porque eres, porque eres un integrante de este plantea, no porque estás o porque eres en las redes sociales, que es otra cosa totalmente diferente.

Estas seis horas de libertad me hicieron pensar en que ese frenesí debería tener un límite o por lo menos un freno. La ansiedad o adicción o sus derivados que suscitan las redes sociales no controladas, están llevando nuestra vida al límite. Como ahora todo tiene que aclararse, porque ya no hay opiniones personales, debo decir claramente que hablo por mí. No por una generación, un grupo, una familia o algo por el estilo. Es lo que pienso y listo.

Fuente

RCN Radio

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