Cargando contenido

Ahora en vivo

Seleccione la señal de su ciudad

Ocho personas muertas y 41 más heridas, cifra que podría subir según información preliminar. Son los datos que se van conociendo por un hecho que estremeció a Bogotá sobre las 9:30 de la mañana del jueves 17 de enero de 2019.

Me siento a escribir esta columna con la radio encendida por la transmisión especial a raíz del carro bomba que explotó dentro de la escuela de cadetes General Santander de la Policía Nacional, en el sur de Bogotá. Y lo hago con la piel erizada, con escalofrío en el alma, con la mente llena de recuerdos que atropellan y recuerdan otras épocas, otros atentados, otras muertes.

Aunque aún es prematuro saber a ciencia cierta quienes son los responsables, cuántos muertos y heridos en total dejó el ataque y qué querían de fondo causar los autores del ataque, lo cierto es que a esta hora en cada persona que vivió el terrorismo de la década de los 80 y comienzos de los 90 hay una sensación de miedo colectivo, de indefensión, de dolor compartido con las familias de quienes cayeron víctimas de este nuevo hecho.

Quienes están detrás de estos actos demenciales son siempre cobardes incapaces de debatir con las ideas; asesinos con mentes retorcidas y perfiles cargados de vidas truculentas que no les dejó otro camino distinto al de ser continuadores de violencia en una sociedad ya enferma y desvalida. Su propósito es causar caos, desesperación, impotencia: ¡terror!

En la década de los 80 y los primeros años de los 90, los terroristas ya de por sí acorralados decidieron desatar una guerra interna sin precedentes en la historia de Colombia y para amedrentar y disminuir a las autoridades, como estrategia extrema repito, pues ya no les quedaban mayores alternativas.

Cargaron carros bomba, muchos carros bomba, que iban dejando por ahí en las calles, en los centros comerciales, en el edificio del DAS en Bogotá y sembraron dolor y muerte en un país ya muy golpeado por tantas víctimas de tanta guerra inclemente entre los carteles de la droga. Y de los carteles de la droga contra la institucionalidad.

Los muertos eran ciudadanos del común, como aquellos del carro bomba en el Quirigua, al occidente de Bogotá un sábado víspera del día de la madre. Pero hay muchos otros recuerdos de esos actos demenciales que vivió Bogotá: el del edificio del DAS en el sector de Paloquemao, el del parque de la 93, el tenebroso carro bomba del Club El Nogal y una lista interminable de explosiones y atentados cuyos recuerdos aceleran y desbordan el latir del corazón.

Hace 30 años, en 1989, Colombia vivió uno de los años más violentos de toda su historia. Asesinaron a tres candidatos presidenciales: Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro y Bernardo Jaramillo Ossa; se perpetró la masacre de La Rochela, atentaron contra las instalaciones del diario El Espectador, hicieron explotar el avión HK1803 de Avianca y cargaron un bus bomba con el que atentaron contra las instalaciones del DAS.

Siento rabia, siento miedo y una tristeza profunda que me desgarra el corazón con este nuevo carro bomba que acaba de explotar y que pareciera enviar un mensaje al país de que la maldad, la crueldad y la demencia han renacido y me niego a creer que así va a ser. ¡No! Somos un país bueno, grande y fuerte, poderosamente fuerte física, emocional y espiritualmente y no nos van a doblegar. Los violentos no nos van a doblegar. Hay que rodear a nuestras instituciones, hay que levantarnos contra el terrorismo y neutralizarlo. Hay que impedir que vuelva el miedo, la inseguridad y la impotencia.

Vuelvo a oír la radio y los datos más recientes dan cuenta de que son 9 los muertos pues las primeras informaciones apuntan hacia un atentado suicida en el que un hombre ingresó abruptamente a la Escuela conduciendo el carro bomba que explotó minutos después y siento otra vez ese escalofrío que me recorre todo el cuerpo.

Fuente

RCN Radio

Encuentre más contenidos

Fin del contenido.