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Esta es la historia de las historias que terminan cuando apenas empiezan. Y son tan breves como un título, como una ilusión. Un fósforo define su naturaleza efímera pero vigorosa, pues tienen una gran vitalidad, una fuerza interior, desprenden un gran hálito de fuego y de luz, pero no duran.

Hoy nos acercamos un poco a ese ejercicio de imaginar tan certeramente desde la ficción, la realidad, el amor.

Uno de los minicuentos más breve y más analizado para  intentar explicar su significado, es “El Dinosaurio” del guatemalteco Augusto Monterroso.

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Probablemente compita en precisión e ingenio y tamaño, con otro  minicuento suyo titulado “Historia fantástica” y que parece ser escrito para estos tiempos de pandemia global.

“Contar la historia del día en el que el fin del mundo se suspendió, por mal tiempo”.

No es el minicuento de Monterroso en todo caso el más breve, por cuanto "El emigrante", del mexicano Felipe Lomeli, describió con cuatro palabras un mundo susceptible de interpretar de mil maneras.

 “-¿Olvida usted algo?

-Ojalá.”

Desde la antiquísima Grecia fabulistas como Esopo han explorado Los textos cortos, cargados de lecciones y de ironía como  este llamado “Diógenes y el calvo”.

“El filósofo cínico Diógenes, insultado por un hombre calvo, le replicó:

—No he de ser yo quien recurra también al insulto, ¡Dios me libre de ello! Al contrario, haré elogio de los cabellos que han abandonado un cráneo malvado y hueco”.

Apelando a las historias fantásticas de otros tiempos, el griego Costa Alexos le da un vistazo contemporáneo a  la mitología, en un minicuento titulado “Lo real y lo imaginario”.

“Un padre y una madre centauros observan a su hijo que retoza en una playa del Mediterráneo. El padre se vuelve hacia la madre y le pregunta:

-¿Debemos decirle que no es más que un mito?”.

Lo más importantes escritores universales han explorado en distintos momentos este formato, como el checo Franz Kafka, autor de La Metamorfosis, quien  escribió “El destino”.

“Una jaula salió en busca de un pájaro”.

Un suspiro, una insinuación apenas es esta historia que plantea la libertad en todo el sentido estricto de la palabra y que parece que fuera el inicio del relato, como ocurre por ejemplo con esta microficción del poeta mexicano José Emilio Pacheco, que se llama “Cuento de Espanto”.

“Violó la cripta a medianoche. Halló su propio cadáver en el sarcófago.”

Y a propósito de espantos, este “Cuento de horror” de Juan José Arreola: 

“La mujer que amé se ha convertido en un fantasma: Yo soy el lugar de las apariciones”.

El peruano César Vallejo nos describe una visión  poderosa en este cuento sin nombre.

“Conozco un hombre que dormía con sus brazos, un día se los amputaron y quedo despierto para siempre.”

El gran escritor argentino Julio Cortázar plantea un escenario delirante sobre eso de acercarse a algunos libros en su “Página asesina”.

“En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere”.

El escritor estadounidense Fredric Brown, considerado uno de los más importantes cultores de la ciencia ficción, nos plantea algo muy misterioso e hilarante en su cuento “Llamada”.

“El último hombre sobre la tierra está sentado solo en un cuarto. Llaman a la puerta”.

Jorge Luis Borges dibuja sus eternos laberintos y sueños, en este minicuento que se llama “El Adivino”.

“En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado”.

El también argentino Augusto Roa Bastos dibuja su propia versión del “Realismo mágico”, con esta historia.

“Escribía a la luz de un frasco lleno de luciérnagas, lámpara secreta de mi infancia”.

La mamá del minicuento argentino Ana María Shua nos deja esta historia sin título.

“Mi papá no está contento conmigo. Me mira más triste que enojado porque sabe que le oculto un secreto. Estás muerto, quisiera decirle. Pero tengo miedo de que no venga más”.

La mexicana Amparo Alatorre nos cuenta sin anestesia su cuento “Utilitarismo”.

“Lloraba lágrimas de sangre, que vendía para transfusiones.”

Y varios escritores colombianos han contado esas historias que duran lo que un parpadeo, como el “Cuento de Arena” de Jairo Aníbal Niño.

“Un día la ciudad desapareció. De cara al desierto y con los pies hundidos en la arena, todos comprendieron que durante treinta largos años habían estado viviendo en un espejismo”.

En “La cama” Luis Fayad plantea los dilemas del espíritu.

 “Leoncio soñaba que dormía en la cama y que ahí soñaba que por un descuido se quedó dormido sobre el escritorio y que ahí soñaba que dormía en la cama y que ahí soñaba que por un descuido se quedó dormido sobre el escritorio.”

Y el escritor Triunfo Arciniegas nos deja con esta imagen delirante en sus “Pequeños cuerpos”.

“Los niños entraron a la casa y destrozaron las jaulas. La mujer encontró los cuerpos muertos y enloqueció. Los pájaros no regresaron.”

Historias que empiezan y terminan al mismo tiempo, en un abrir y cerrar de ojos.

Fuente

RCN Radio

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