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Al llegar al ecuador de su desarrollo, seguimos en modo Mundial, el torneo de fútbol o de cualquier deporte que concita la mayor atención de los aficionados en el mundo. Los estadios se convierten en templos donde se celebran los partidos a manera de rituales y ceremonias litúrgicas de esta religión universal.

Muchas sorpresas ha dejado hasta el momento este Mundial –y las que vienen-, como la eliminación del actual campeón Alemania y la clasificación de México, dirigido por el técnico colombiano Juan Carlos Osorio. Hemos podido ver algunos destellos del “jogo bonito” de Brasil, pero esperamos más de la “canarinha” de Tite. Bélgica y Croacia despuntan con posibilidades de avanzar lejos. Argentina depende de Messi.

Pero lo más destacado y emocionante para los colombianos, además del buen juego y de la clasificación de su selección a octavos de final, fue el gol de Radamel Falcao García ante Polonia, que estuvo atragantado cuatro años en la garganta de todos nosotros. Un pase magistral de Juan Fernando Quintero, capitalizado eficaz y recursivamente por el goleador a través de un tiro rasante con el empeine externo de su pie derecho. Toda Colombia lo gritó desde muy adentro del corazón, así como lo hizo emocionado el propio Falcao: era su primer gol en un Mundial.

Recordemos que el Tigre no pudo jugar el pasado Mundial de Brasil-2014 por la inoportuna lesión en el ligamento cruzado de la rodilla, que lo dejó por fuera de toda posibilidad de participar cuando era considerado uno de los mejores delanteros del orbe y cuando se pensaba que podría ser una de las figuras del campeonato.

Ejemplo para el mundo, Falcao es un campeón de la resiliencia, esa capacidad de recuperarse frente a los problemas y la adversidad. Lo logró por sus profundas convicciones personales, por su coraje, su determinación, su fe, su amor, su disciplina y compromiso consigo mismo, con su familia, con el fútbol, con Colombia y con la historia.

No sólo no pudo jugar el Mundial de Brasil en 2014, sino que su recuperación tuvo varios tropiezos, además de otras lesiones que lo acompañaron durante su paso por el Chelsea y el Manchester United, donde fue maltratado por los tan cuestionados como populares técnicos Mourinho y Van Gaal. Otro habría tirado la toalla, pero el Tigre siguió luchando.

Poco a poco Falcao fue superando estas zancadillas de la vida y el deporte, y se reencontró con su salud, su fútbol y su olfato goleador en el Mónaco, de la mano de un técnico generoso y humanista como Leonardo Jardim. Allí el Tigre volvió a rugir con fuerza, a demostrar sus enormes condiciones futbolísticas y humanas cuando ya algunos periodistas y muchos aficionados lo tachaban de exfutbolista y le echaban la culpa de todos los males de la selección.

Él mismo, Rusia, la vida y el fútbol le han dado una segunda oportunidad sobre la tierra -o sobre el césped-, la oportunidad de tomar revancha de la adversidad y de volver a ser lo que siempre ha sido: el campeón de la resiliencia, el extraordinario futbolista y mejor ser humano. Un ejemplo para el mundo.

Porque, como dijo otro enorme colombiano, el premio nobel de literatura Gabriel García Márquez, un tigre de las letras: "Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía, donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra".

La utopía sigue vigente en Rusia. Gracias por todo, Falcao; sigue rugiendo, Tigre. Largo Mundial, muchos goles y larga vida.

 

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