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Jorge Andrés Agudelo, hermano del delantero del Cúcuta Deportivo Jonathan Agudelo, fue asesinado en la placa polideportiva del barrio Cristóbal de Medellín. Tenía solo 17 años y, según las primeras versiones, fue interceptado por un hombre que le disparó en cuatro ocasiones. El deportista llegó con vida a la Policlínica, donde murió minutos después.

Apenas unas horas antes de este episodio se hablaba de los altos niveles de inseguridad en el país, advirtiendo que no se trata de “percepción de inseguridad”, como ahora se revelan muchos informes, sino de inseguridad real y efectiva con cifras desbordadas en las principales ciudades, cuyas autoridades ya no saben qué estrategias utilizar para disminuirlas.

Pareciera como si las opciones se acabaran o los esfuerzos ya no existieran; como si de pronto de tanto trasegar sobre lo mismo, las cifras tristemente se hayan convertido en paisaje donde las estadísticas entran por un oído y salen por el otro sin darse siquiera un segundo para la reflexión y el análisis.

Lo cierto es que la inseguridad campea por todas las esquinas, en las grandes aglomeraciones, en los parques, los centros comerciales, los bares, las calles concurridas y también los callejones sin salida, como la realidad misma de este fenómeno que crece como si fuera una bola de nieve que amenaza con arrasar todo a su paso a medida que coge fuerza y velocidad, en el descenso desenfrenado por una pendiente.

La muerte de esta promesa del fútbol engrosa la lista de 241 personas asesinadas este año en Medellín, 40 casos  más que en 2018, para un incremento del 19 por ciento. Pero son apenas una reseña de contexto en la capital antioqueña que salen a la luz pública a raíz del caso de Jorge Andrés, pues basta con echar un vistazo desprevenido a las estadísticas de otras grandes ciudades como Barranquilla, Cali o la misma Bogotá.

Mientras que en el nivel nacional el gobierno destaca la disminución de delitos como homicidios en 6%, hurto a residencias en 22%, hurto al comercio en 49%, hurto de automotores en 9% y de motos del 12%, reconoce de otra parte un reporte en el que se advierte que durante los tres primeros meses de 2019 el hurto a personas aumentó en un 10% comparado con el mismo periodo del año pasado y que la extorsión también creció un 1%, con 1.775 casos, durante el primer trimestres del presente año.

Al momento de escribir esta columna no eran claros aún los motivos del ataque que acabó con la vida de Jorge Andrés. Si fue producto de la intolerancia por alguna riña, de un intento de atraco o un atraco en proceso, si había amenazas de por medio, o eventualmente una venganza. Pero independientemente de esas causas frente al caso de un joven que tenía reconocimiento nacional y muchas esperanzas forjadas en su futuro próximo, estremece y eriza la piel al saber que, como él, son muchas las víctimas anónimas que a diario se registran pero que no salen a la luz pública o si lo hacen, solo son tenidas en cuenta por sus familiares y amigos cercanos.

Simplemente pasan a engrosar las estadísticas y los comparativos que aunque dicen mucho, al final no sirven nada porque el fenómeno va en aumento pese a los esfuerzos de las autoridades. ¿Por qué? No es muy claro. No se sabe si faltan recursos, si fallan las estrategias o fallan quienes las tienen que poner en práctica,  si es producto de la corrupción o si es problema de planificación y aplicabilidad.

Pero es doloroso y da miedo que la vida no se pueda vivir sin sobresaltos, libremente por las calles y los parques, en los buses y los taxis, en los bares, las discotecas, las iglesias y los centros comerciales. O como Jorge Andrés, en un polideportivo donde estaba su mundo, sus sueños y sus ilusiones que en fracciones de segundo se esfumaron para convertirlo en una cifra más, en una vida menos.

Fuente

RCN Radio

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