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Ciudadanos bogotanos 2021-II
Una comunicación fragmentada.
AFP

Caminar por cualquier calle de Bogotá e intentar captar un poco de lo que pasa con la comunicación en estos tiempos, es un ejercicio inútil, por decir lo menos.

La desconfianza a que tú seas el ladrón es evidente, nadie saluda, pocos te miran a los ojos y todo se limita a ir escuchando las conversaciones de los otros, o esos fragmentos de lo que alcanzas a percibir mientras sigues la marcha.

Hice el ejercicio de aguzar el oído mientras caminaba por la carrera 13, entre las calles 45 y 54, para intentar percibir lo que charlaban los transeúntes con la premisa de construir una historia de lo escuchado.

“De que habla la gente mientras camina”, “cuáles son las conversaciones en las calles de Bogotá”, “que se oye mientras caminas por Chapinero”, son algunos títulos inventados antes de iniciar el ejercicio.

Empiezo entonces y de repente escucho que un chico que hace parte de un grupo de estudiantes que regresa del colegio le dice a sus compañeros: “no importa el sexo”. Me quedo sin saber si habla de una castidad impuesta o de un tema de identidad sexual o de una reafirmación de sus gustos personales.

En una esquina, un ciudadano con acento venezolano, a extranjero como hay que decir, asegura que “es mejor una olla raspada que una paila hirviendo” y me imagino entonces que puede estar hablando de la decisión de no regresar a su país, de una anécdota de su puesto de maní o de una reflexión sociológica y política sobre las dificultades que estamos enfrentando en esta coyuntura.

Una señora se separa de sus acompañantes mientras sigue hablando por celular, retando la buena suerte me imagino, y escucho que dice “es basura”.

Una chica se ha estacionado en el andén con sus amigas, parecen amigas, y ante la cara de asombro de las otras, percibo que les dice “eran tres”.

 “Estuvo tranqui”, dice una chica con pinta de universitaria; “bienvenidos “, dice otro mostrando la carta de un restaurante de pescado y “me darás lo que te pedí”, dice una niña mientras abraza a su mamá, o por lo menos parece su mamá.

“Por ahí es más fácil”, “eso es repeligroso”, “estuvo una chimba”, “no se le ocurra”, “yo ya me fui”, “no sé cómo decirle”, “siempre lo he manejado de esa manera”, se escucha decir mientras camino a paso lento y bajando la velocidad a mis pasos, como esperando que pueda escuchar, porque por ahora apenas estoy oyendo voces ininteligibles.

Es claro que en todo ello no hay mayor contexto para contar una historia, pero vista las circunstancias en estos tiempos, no habría problema en juntar tres o cuatro de las frases escuchadas para hacer una historia que podría titularse “lo que se escucha en Chapinero”, así no se escuche nada.

Voces fragmentadas, sin contexto, voces escuchadas a lo lejos, que temerariamente muchos pueden convertir en una historia completa.

Todo pasa tan rápido, tan imperceptible y tan delirante, que luego no sabemos qué fue lo que escuchamos, ni quien lo dijo.

En esa necesidad increíble de saber cómo terminan las historias, recuerdo lo que ocurría con el encargado de abrir y cerrar los ascensores que iba escuchándolo todo y cuando una historia estaba por terminar, cuando se iba a develar el misterio de quien era la amante del jefe, preciso en ese instante tenía que bajarse el interlocutor.

También se escucha un “gracias amor”, “ya le dije que es mi trabajo”, “ha sido rabona conmigo”, “hay un lugar chévere de esos”, “de one mi vida” y pienso  que todo ello me puede servir para contar una historia, como si esos pedazos de realidad fueran suficientes.

Entiendo que no hay contexto y todo parece quedar únicamente para la imaginación.

Sigo caminando indiferente a esas otras cosas que me hablan mientras avanzo, como si no escuchara el ruido incesante de los carros, de las motos que pasan a toda mecha y la música que se escapa como un moscardón de cada puerta de un almacén, de un asadero o de un lugar de comida chatarra.

Este ejercicio es la demostración de lo que ocurre en los medios y en las redes, en dónde todo se construye con conversaciones fragmentadas y sin sentido, y en donde lo único necesario sería buscar un lugar para sentarse, para escuchar, para estar alerta y entender que las historias también caminan y hay que seguirles el paso.

Fuente

Rcn Radio

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