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Por una sociedad libre de armas

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

Durante casi diez minutos, cuentan los sobrevivientes de ese terrible infierno en que se convirtió la discoteca Pulse, Omar Mateen disparó a sangre fría contra cada uno de los cuerpos que yacían sobre el suelo, buscando rematar hasta al último sobreviviente y sabiendo que en cualquier instante sería abatido por la Policía. Quienes lo conocían lo señalaron de ser un abusador doméstico con trastornos mentales y el FBI lo tenía en la mira como un potencial terrorista. Sin embargo, nada de esto evitó que Mateen comprara un rifle de asalto y tuviera al día todos los documentos del arma.

Pero antes de Mateen, muchas otras personas que en la vida habían sido víctimas de toda clase de trastornos psicológicos, segregados por la sociedad y manipulados por extremismos religiosos e ideológicos, protagonizaron matanzas que en su momento estremecieron al mundo entero. Sin embargo, poco se ha hecho para evitar que vuelvan a ocurrir tragedias como las de Columbine y Virginia Tech, por solo mencionar algunas.

La segunda enmienda de la constitución de Estados Unidos permite virtualmente a cualquier ciudadano norteamericano mayor de edad adquirir armas de fuego para la defensa personal. Incluso en algunos estados, es usual encontrar pistolas y escopetas en los mostradores de las tiendas de departamento, a precios muy asequibles, esperando a ser compradas. El partido Republicano y la NRA (National Rifle Association) han defendido el derecho al porte de armas hasta el punto de que se les puede prohibir viajar en avión a los ciudadanos que aparecen en la lista donde el FBI clasifica a los posibles terroristas, pero no se puede evitar que compren un arma.

No solo ha sido indignante, sino también inútil, la política que busca enfrentar los tiroteos, que procura que los ciudadanos sepan defenderse, mientras que los atacantes siguen teniendo dentro de las vías legales todas las herramientas para llevar a cabo sus ataques.

Ante la dinámica terrorista de los solitarios 'gunmen' que entran a los colegios, universidades y establecimientos públicos a disparar indiscriminadamente contra los asistentes, han sido planteadas toda clase de soluciones a medias. En muchas instituciones educativas han sido instalados aparatos detectores de metales y en el interior de las aulas se han ubicado prendas antibalas para sus ocupantes. Incluso bajo la tesis de "good people with guns" (buenas personas portando armas), los republicanos y la NRA han buscado incentivar a los ciudadanos a comprar y portar armas, con el fin de estar prevenidos frente a un posible tiroteo.

La desregulación en la venta y la tenencia de armas no solamente le facilita la vida a quienes llevan a cabo las masacres y llevan a cabo los terribles tiroteos; también convierte a cualquier ciudadano de bien en un potencial asesino. Un arma en la vía pública, por más legal que sea, siempre hará posible que una discusión o una pelea pueda pasar a un nivel mayor y termine en una tragedia. Por eso es imprescindible, por el bien de los ciudadanos, que los Estados sean más estrictos con la regulación de las armas y prohíban el porte de éstas en los espacios públicos de una vez por todas.