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¡Om mani padme hum!

Sumergido en la nebulosa profunda de la meditación, que hace parte de la ancestral práctica del yoga, me reencuentro conmigo mismo en lo más hondo de mi ser. Recito y respiro tres veces el mantra primigenio “Om” y retorno atento y alerta al presente, donde está la vida. El pasado ya pasó -con perdón del pleonasmo-, ya es historia, y el futuro es una ilusión, no existe. Ni sabemos si existirá. Menos en estos tiempos de incertidumbre, desazón y luto de humanidad compartida.

Por estos días se celebró el Día Internacional del Yoga, proclamado en 2014 oficialmente por la Asamblea General de las Naciones Unidas para ser conmemorado el 21 de junio en todo el planeta. Nunca antes el mundo necesitó de prácticas espirituales como ésta, a la que algunos consideran una ciencia: la ciencia del bienestar y del comportamiento. Y otros, incluso, la conciben como una medicina alternativa para el alma, el cuerpo, la mente y las emociones.

El yoga es una palabra que proviene del sánscrito, cuyo milenario conocimiento y praxis significan algo así como unión, esfuerzo, y que hoy en día por las restricciones de la pandemia del covid-19 se ha convertido, más que nunca, en un refugio para la mente y el cuerpo, tanto el físico como el sutil.

Esta disciplina oriental tiene su origen en los antiguos "vedas" (palabra que también viene del sánscrito y que significa sabiduría, conocimiento), que son las escrituras hindúes que datan del año 1.500 antes de Cristo y que constituyen los cimientos de la espiritualidad de la India.

Contrario a lo que se cree, el yoga es mucho más que la práctica de asanas o posturas corporales casi imposibles de ejecutar para el común de los mortales. De acuerdo con Patanjali, que vivió hacia el siglo II a.C. y a quien se le considera una de las figuras emblemáticas en el desarrollo y consolidación de esta práctica, son ocho las ramas que constituyen el yoga:

Yama: relacionado con las cualidades morales, ayuda a evitar los malos hábitos y a controlar las emociones.

Niyama: vinculado con normas de conducta personal, induce a la disciplina y la exploración espiritual.

Asana: significa asiento o postura. En un nivel profundo es la integración del cuerpo y la mente.

Pranayama: el prana es la fuerza vital, y el pranayama es el dominio de esa fuerza vital. Se relaciona con técnicas de respiración.

Pratyahara: proceso de dirigir los sentidos hacia adentro para desconectarse del mundo exterior.

Dharana: dominio de la atención y la intención con el fin de facilitar la sanación mental, emocional y física. 

Dhyana: lo único constante en la vida, de la que somos parte, es el cambio. La meditación es el principal aliado para desarrollar esa conciencia.

Samadhi: estado de conciencia pura y trascendente. El ego cede frente a la expansión espiritual y se disipan el temor y la ansiedad.

Dejémoslo ahí por ahora -de pronto se animan-, porque no se trata, ni mucho menos, de un tratado sobre el yoga, para el que necesitaríamos centenares de páginas. Es sólo una aproximación muy personal e inacabada a este compendio de sabiduría milenaria.

No obstante, a propósito del Día Internacional del Yoga, el escritor y periodista francés Emmanuel Carrère (París, 1957), uno de los máximos exponentes mundiales de la literatura de no ficción, obtuvo por estos días el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Lo menciono porque, coincidencialmente, su último libro se titula “Yoga”, y en éste el autor dibuja un descarnado autorretrato psíquico de los graves problemas emocionales que ha padecido y de cómo practica esta disciplina desde hace muchos años. Por supuesto, un libro de gran calidad literaria y densidad humana, mucho más amplio y profundo que un manual de autoayuda.

Si se animan los invito a respirar conmigo de manera profunda tres veces, adoptando una suave y cómoda postura meditativa. Al exhalar reciten el mantra universal: “¡Om!”. Tal vez ésta sea la puerta de entrada a un mundo más iluminado, compasivo y feliz.

¡Hari om tat sat!

Fuente

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