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Pobladores del antiguo Agua de Dios - Museo Médico de la Lepra
Pobladores del antiguo Agua de Dios - Museo Médico de la Lepra
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El municipio de Agua de Dios, ubicado a tres horas de Bogotá por carretera, fue por mucho tiempo un lugar de aislamiento para personas con lepra. Lo que pocos saben es que nació como un territorio cercado por rejas de alambre, donde las personas eran despojadas de sus derechos y expuestas a los más inhumanos tratos.

Hoy es un pueblo tranquilo que vive del turismo, como tantos otros en el cálido sur del Departamento de Cundinamarca. Sus pobladores tratan a los forasteros como viejos conocidos.

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Aceites, torturas, abortos y experimentos: La historia oculta de la infamia

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Don Cesario es uno de esos pobladores que desde su silla de ruedas va batiendo su mano derecha a todo el que pasa. En cuanto le envían el esperado "Buenos días" lo devuelve con un un "cómo le va" muy entusiasta y un movimiento de cejas que se asoman detrás de unas gafas de sol con filtro amarillo. Él, como muchos otros en Agua de Dios, tiene lepra y convive allí con una comunidad curada de los prejuicios contra esta enfermedad. 

Yo no me sentía nada de enfermo, pero cuando le digo que me metieron al aserradero fue cuando ya sentí la enfermedad. Vine a saber que era la enfermedad de lepra por medio de una doctora, que ella había estudiado en Estados Unidos que se llamaba Xiomara”, nos cuenta.

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El pueblo es un ejemplo contra los mitos que se tejen por la enfermedad de Hansen porque, contrario a lo que se piensa, la lepra es poco contagiosa, su desarrollo es muy lento, es perfectamente tratable e incluso curable. Sin embargo, la evidencia científica siempre llega tarde y es menos popular que la imaginería.

Números 5:2: Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo leproso, a todo el que padece de flujo y a todo el que es inmundo por causa de un muerto.

Levítico 22:4: Ningún varón de los descendientes de Aarón que sea leproso, o que tenga flujo, podrá comer de las cosas sagradas hasta que sea limpio.

Las citas bíblicas son claros ejemplos de la identificación de la lepra con el pecado, la impureza, la maldad y la inmundicia. Eso hizo mella en la sociedad colombiana tradicional del siglo XIX, de tal manera que durante mucho tiempo la Aldea Agua de Dios fue llamada La Ciudad del Dolor, un apelativo que se queda corto.

Un pueblo que nació por la lepra

Maria Teresa Rincón es la responsable del Museo Médico de la Lepra y nos cuenta que a finales del siglo XIX en los Estados Unidos de Colombia todo sospechoso de tener la enfermedad maldita era desterrado a sangre y fuego. 

"Esto se da a conocer calladamente y por debajo de cuerda en todos los contextos del país. Hubo una persecución desde sus sitios de origen, sin medir los límites de ese hallazgo de un enfermo de lepra, que es capturado y traído sin su consentimiento, eso en los alrededores de 1870", dijo.

Agregó que "Y entonces la misma sociedad empieza a señalar a toda una familia, si hay uno enfermo de lepra su familia también debía estar contagiada, y sin mediar palabra llegaban a las casas y las quemaban con quienes estuvieran allí".

En ese tiempo se rumoraba sobre lugares aislados donde comenzaban a concentrarse grupos de leprosos desplazados, junto con sus familiares. 

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Uno de esos lugares fue un gran terreno que convenientemente vendió en 1867 el expresidente Manuel Murillo Toro en el límite de Tocaima por el Río Bogotá, para que fuera ocupado.

En 1870 se fundó el lazareto Agua de Dios no fue un pueblo ocupado por enfermos, fueron los enfermos quienes crearon el pueblo.

El Puente de los Suspiros

Pintura del Puente de los Suspiros
Pintura del Puente de los Suspiros
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Se dice en el Museo de la Lepra que en 1890 la ley 104 impuso un aislamiento total a los lazaretos que funcionaban en Colombia. 

Entre Tocaima y la Aldea Agua de Dios había un paso sobre el río Bogotá llamado el Puente de los Suspiros, nombrado así por el llanto casi silencioso de familias que se despedían para siempre, donde los enfermos entraban llorando como al purgatorio. 

Muchos familiares “sanos” no tuvieron otra opción que internarse en ese puente, condenándose a un aislamiento voluntario, para estar con sus hijos, sus padres o sus amigos.

Dos policías custodiaban el paso que dividía a los que existían de los que ya no eran nada. Aún hoy las personas pueden cruzar por ese puente, que se convirtió en Patrimonio HIstórico y Cultural de Colombia.

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Pero ese puente solo es símbolo de un primer paso en un largo camino de deshumanización colectiva que venía dándose en tres sitios del país de manera simultánea. Otros leprocomios fueron instalados en Bolívar y en Santander.

Un campo de concentración de enfermos

Iniciando el siglo XX todo el lazareto de Agua de Dios fue encerrado con alambre de púas. La norma que era tan técnica como cruel ordenaba que cada tira de puas debía estar 10 centímetros arriba de la anterior y se tenían que tender dos cercas paralelas para evitar cualquier contacto. 

Los médicos llegaban a caballo hasta la frontera del alambre y punzaban y hurgaban con un palo de tres metros la piel de una línea de enfermos al otro lado de la cerca. Las consultas médicas no eran mucho más que eso, pero desde esa distancia se dieron cuenta de que los encargados de certificar a los leprosos habían forzado el ingreso de centenares de personas que ni siquiera tenían lepra.

"Tenemos elementos estadísticos y fotografía médica, donde mostramos el error médico al traer enfermos sin ser enfermos de lepra: Los labios leporinos se pensaron como enfermos de lepra, pero también dermatitis, artritis, todo ese tipo de enfermedades", advierte.

La orden era que toda persona con defectos visibles en la piel o con deformidades era candidato para engrosar la lista de excluidos. Afectados por enfermedades de transmisión sexual como la sífilis también llegaron.

La Casa de la desinfección.

Cada seis meses un funcionario enviado desde Bogotá tenía la misión de recopilar todos los documentos procedentes Agua de Dios, sobre la “evolución” del nazareto

Se abrían las puertas del puente de los suspiros y unos kilómetros más adelante recibía la documentación respectiva, en un punto antes de llegar a la concentración principal, por parte de las autoridades internas. 

Luego de una aséptica y distante reunión el funcionario regresaba por el mismo camino de llegada y cruzaba por la casa de la desinfección. 

En ese lugar era desnudado y bañado con la meticulosidad de un cirujano, los documentos eran también desinfectados hoja a hoja. Al otro lado de la puerta lo esperaba una nueva muda de ropa, mientras que atrás quemaban la que había usado en la diligencia.

Aceites, torturas, abortos y experimentos

En la pared que divide las dos habitaciones donde funciona el Museo de la Lepra, María Teresa nos muestra unas jeringas mientras nos cuenta el peor hallazgo de ese vistazo al antiguo lazareto. Experimentaron con hombres, mujeres en embarazo y niños sanos, como si se tratara de animales.

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"Hubo procedimientos de descarte de la herencia para la enfermedad a través de los procesos de inducir los legrados, los abortos, hay otros escritos donde se habla que solicitaban los laboratorios de Sibaté, donde solicitaban muestras de enfermos bien contagiados y que llevaran niños que no tuvieran la enfermedad, les inyectaban la bacteria para ver si la desarrollaban o no".

En un rincón del Museo hay una máquina de electrochoques… Ya desde ese tiempo se hablaba de “la ciudad del dolor”. Si el lazareto no era un campo de concentración, no sé qué es un campo de concentración.

Una isla en medio de la cordillera

En 1916 Luis Antonio Calvo, considerado uno de los mayores compositores de la historia de Colombia fue diagnosticado con Lepra. 

La más importante parte de su obra fue creada en un pueblo que 30 años después del ostracismo había tomado vida propia y una belleza inusual, debido a talentos como el suyo y de otros tantos artistas que llegaron allí.

El maestro Calvo es hoy un símbolo de cómo en medio de esa oscuridad de la que nació Agua de Dios comenzó a verse la luz de a poco. 

Adentro ya había otro mundo, los enfermos y sus familiares no esperaron a que les llegara la muerte sino que comenzaron a hacer la vida dentro de la cerca. Formaron su policía propia, hicieron sus leyes y negociaban con una moneda propia.

Allí también se creó una orden religiosa cuyas primeras monjas cuatro mujeres lepra y dos hijas de leprosos.

Hoy, la hermana Eufrasia Gómez dirige en Agua de Dios a la orden de los Sagrados Corazones, iniciada por el beato padre Luis Variara, la encontramos en un cuarto al lado de la capilla alistando unos mercados, nos confió cómo fue su primera experiencia allí. 

"Yo vi una enfermita con los labios destrozados y le daba de comer una cieguita, así, a primera vista dije que no volvía, me cayó mucho impacto. Pero luego fui a otro albergue estaba uno de los señores enfermos y el enfermo se paró y me abrazó, al abrazarme yo sentí que algo caía de mi cuerpo. Desde ese momento yo fui capaz de acercarme a los enfermos"

Ese choque con la realidad de la lepra toca a todos los que conocen a los enfermos con mayores discapacidades. El visitante a Agua de Dios sucumbe ante el morbo de revisar los rostros pálidos y de piel seca, las narices que por causa de la destrucción del tabique se tornan diferentes o las manos con dedos amputados. 

Paradójicamente, cuando a una persona se le habla frente a frente sobre la lepra intentan mirar para otro lado y no quieren saber nada de ella. 

En 1961 una ley ordenó desinstalar las cercas luego de casi 70 años de infamia y restituyó los derechos civiles de los enfermos. Muchos intentaron volver a sus lugares de origen, pero fueron rechazados por una sociedad que se acostumbró a imaginarse que no existían.

En ese año se fundó como municipio ese Agua de Dios, que creció como una isla en medio de la cordillera, rodeada de árboles frutales.

Hoy casi todas las personas del pueblo tienen una historia con la enfermedad de Hansen, porque sus padres la tuvieron o cuidaron a alguien que la tuvo. Todos con el compromiso de luchar contra el estigma cargado de temores, pero sobre todo de ignorancia y de hacer memoria sobre hechos poco conocidos por el país.

Algunos pacientes no quisieron grabar sus voces. Hay mucho de vergüenza en sus razones, aunque saben que no deben tener vergüenza, a esta altura espero que estemos claros en que la lepra no es una enfermedad del pecado, es una bacteria que se desarrolla en el cuerpo solo de algunas personas y que se cura.

En Agua de Dios no promueven la llegada de más pacientes, porque sienten de corazón el dolor físico y moral de los enfermos y saben que el mejor lugar para una persona con hansen es al lado de su familia, sin embargo la hermana Eufrasia Gómez, de los Sagrados corazones está dispuesta a acogerlos. 

"El enfermo es un enfermo solitario, es un enfermo que en su interior tiene muchos momentos de soledad, el apoyo es estar cerca, brindarle un chiste una broma, un golpecito en el hombro, un apretón de manos, eso es algo que a él lo llena y a uno también. Ahí dice la biblia "Los pobres nos evangelizan", yo digo que los enfermos nos evangelizan.

Por las calles de Agua de Dios hay dibujos que relatan paso a paso la historia que acabamos de traerles. Recorrer el pueblo es ver la historia de la ignominia contra miles de personas condenadas a un aislamiento casi absoluto, a la tortura y a una vida en la oscuridad, pero también, paradójicamente la historia de un oasis, en el que no opera la segregación ni el miedo a la enfermedad bíblica.

Fuente

RCN Radio

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