Indígenas en el Parque Nacional, cansados de no importar
Un grupo al margen de la ley, que Celmira tiene miedo de mencionar, le dijo la segunda vez que tenía 30 días de plazo para irse.

Cansados de no importar, de ser invisibles para una ciudad que se acostumbró a ver la pobreza de otros sin inmutarse, cerca de 1.200 personas de quince comunidades indígenas dicen que se "resisten" a perder parte de sus costumbres y la libertad.
Hicimos un recorrido por el Parque Nacional en Bogotá, conversando con varias de las personas que viven en este lugar desde septiembre de 2021. Allí nos encontramos con Celmira, una mujer indígena embera katío de 45 que años que, cuenta, llegó desde una zona rural de Risaralda a Bogotá con sus siete hijos y tres nietos.
Dos veces ha tenido que huir de su territorio. Recuerda que un grupo al margen de la ley (que tiene miedo de mencionar) le dijo, la segunda vez, que tenía 30 días de plazo para salir del lugar. La acusaban de ser "aliada" de otro grupo guerrillero y de "ser hija del Gobierno".
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“Todos encapuchados, no sé quiénes eran. Ellos dijeron que ya no más, que debían (debíamos) salir todos ustedes porque ya, ustedes para qué vinieron. Ustedes eran desplazados de 2012 por allá en Bogotá. Para qué regresaron. Ya no quieren ver su cara”.
Cuenta que ese mismo día, cuando recibió la amenaza, alistó a sus siete hijos y salió caminando hasta una carretera. Desde ahí, todo ha sido incertidumbre, hambre, humillaciones y desventura. Cuando llegó por segunda vez a Bogotá, hace unos dos años, relata que ha dormido con sus hijos y nietos en la calle, ha vivido en una pieza pagando arriendo a diario y hoy vive desde hace cuatro meses en un rancho hecho con palos de madera y bolsas negras en el Parque Nacional.
“Es muy duro para mí, por lo niños, porque estamos en la calle sufriendo frío. Aguantamos hambre, porque comida, cualquier gente le dan por ahí”, cuenta.

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Ese día, mientras conversábamos, puso una olla en un fogón de leña con lentejas. Nos dijo que ese sería el desayuno y quizá la única comida del día.
¿Quisiera devolverse a su territorio, al campo, le gustaría?, le preguntamos.
- "Pues yo sí lo quiero. Yo quiero devolverme otra vez al campo, pero que me den propiedad para no tener problemas con nadie. Propiedad de uno sí puede trabajar. Con los hijos ya puede alimentar los niños, ya no sale uno a ninguna parte porque para siempre puede vivir", respondió.
Celmira dice que extraña la vida en su rancho, en el campo, porque allí las cosas eran distintas. Sembraba en la huerta, tejía, cocinaba, cuidaba a sus hijos".
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Nosotros somos mujeres, somos trabajadoras. Si nosotras estamos en el campo, trabajamos como hombres: bolear machete, bolear hacha, tumbar así grandes palos y después sembrar plátano, yuca, lulo. Nosotros mejoramos allá”, afirmó.
"El campo no es peligroso", dice porque en el campo los niños pueden jugar libres. En Bogotá ella afirma que teme por su vida y la de sus hijos.
"En cambio, los niños para mandar solo acá, es peligroso. El carro puede (ocasionar) un accidente puede robar y uno sufre pensando eso", nos cuenta.

El cambio, también ha sido para los hombres de las quince comunidades indígenas asentadas en el Parque Nacional. En sus territorios, comentan, pescaban y cazaban. Hoy, se encargan de la seguridad del parque en Bogotá. Hacen turnos de día y de noche.
"Pues (las) vidas de nosotros son libres y a caminar y a cazar son libres y a pescar son libres, pero (lo) único, lo que hay es que preguntan (se refiere a grupos al margen de la ley) ¿Qué es lo que vieron ustedes? ¿Qué es lo que están (haciendo) acá? Sí están muchos grupos armados, esos preguntan", señaló Fernando Manuka Masintúa, desplazado de Alto Andágueda en Chocó.
Preguntas que, además, terminaron con desplazamiento forzado, pérdida de la libertad y parte de sus costumbres. “Es que tenemos miedo de noche, en el día. No queremos más agresión, queremos vivir como en paz nosotros (somos) como extranjeros, pero vivimos como colombianos”, puntualizó.
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