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Por cada 100 personas menores de 15 años, hay 40 personas mayores de 60 años

Imagen de uso libre- Px Here

José, Gilberto y Ramón son hombres que llevan su vida en medio de la cuarentena. Dos de ellos trabajan en la calle y, para el otro, el confinamiento es un problema de soledad.

Ellos entran como los más vulnerables en el fenómeno global del coronavirus. Los quieren proteger y por eso don José Solano apenas asoma la cabeza por la ventana, pensando en lo duro que es su aislamiento y cuándo terminará para volver a su trabajo de cuidar carros en la calle a sus 78 años.

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“A mí me estaba colaborando el Sisbén para el adulto mayor, pero como trabajé unos días con la Secretaría de Tránsito y Transporte, desde diciembre no me están dando ese subsidio”, advierte.

Pero sus penas no son solo económicas. Y es que hay un profundo efecto moral del aislamiento en los adultos mayores.

“Yo le cuento una cosa, la gente no cree pero estarse uno encerrado en la casa, esa casa, lo destruye a uno peor; nadie cree ese cuento pero pasa en la vida real”, relata.

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[AUDIO] Historia completa: Los adultos mayores vulnerables y su duro confinamiento.

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Gilberto Garzón es uno de sus amigos más entrañables; desde hace varias semanas apenas si han podido hablarse. A sus 70 años vive una cuarentena un poco más acomodada y contrarresta con optimismo la soledad de su aislamento.

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“Pues hombre, no pasa nada. Yo me acomodo afuera o adentro, la verdad es que somos animales de costumbre y si me dan ‘casa por cárcel’ pues me voy y me quedo en mi casa por cárcel’”, dice, bromeando sobre el aislamiento.

Mucho menos cómoda es la cuarentena de Ramón: Está bajo la línea de pobreza con su labor de vendedor de lotería y de dulces, también tiene más de 70 años. Su compañía es su hermana mayor, también con discapacidad, está triste, los dos están tristes y tienen necesidades. la esquina está hoy vacía.

Su historia es la de otros muchos en Colombia, donde muchos ancianos hacen una vida productiva obligada, vendiendo refrescos, brillando zapatos, cambiando dulces por monedas, limpiando vidrios o simplemente extendiendo la mano.

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A mí nada me da el Gobierno, nada me da y venga que yo le voy a decir algo, si no me mata el virus me mata el hambre. Y a toda la gente que trabaja informalmente la va a matar el hambre, no el virus”, advierte.

Ellos entienden que intentan protegerlos, ayudarles y esperan a que todo salga bien, pero en un país como el que les tocó vivir, la ayuda tiene cara de castigo.

Fuente

RCN Radio

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