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Bailes y música tradicionales en Colombia
Bailes y música tradicionales en Colombia.
AFP

El porro es erótico por naturaleza y hay un intenso coqueto mientras se baila, pero según dice el maestro Miguel Emiro Naranjo, nunca se llega a la morbosidad y podría decirse que en últimas  es una “música libre de pecado”.

Y lo dice uno de los más representativos cultores de la cultura del departamento de Córdoba, fundador de la Banda 19 de marzo en Laguneta, autor de varias piezas consideradas como antológicas, escritor de libros que develan los misterios del porro y un hombre que ha llevado esta música por distintos lugares del mundo.

Asegura que los bailadores de porro levantan los brazos “como para tocar el cielo” y que su ritmo “no incita al pecado, a la violencia, a la drogadicción, ni deteriora a ninguna generación”.

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El maestro Naranjo se sabe de memoria la historia de este ritmo que se escucha en las sabanas de Córdoba, Sucre y Bolívar, habla de las bailadoras de porro, de María Varilla, de las bandas que surgieron cuando se acabó la Guerra de los Mil Días y de los primeros temas que fueron compuestos con letra.

Está convencido que este tipo de música tradicional puede servir para recuperar los valores éticos y morales de las nuevas generaciones, pues afirma tajantemente “que se les ha engañado embutiéndoles un gusto musical diferente”.

Con el mismo vigor con el que este referente de la cultura cordobesa se refiere al porro, el periodista sucreño Jaime Vides habla de la eterna conversación de las gaitas y de algunos de los símbolos de esta cultura de origen zenú y el maestro Víctor Julio Ropero nos hace un viaje por la cultura de las bandas y de expresiones como “chupacobre”, como se referían antes a quienes hacen parte de estas agrupaciones.

Pero también la joven Mariana López habla del vigor de la música llanera y el maestro Betho Díaz se refiere a la tradición de la música Andina con una nueva versión de la canción El guayatuno.

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[AUDIO] Entrevista: El porro, con el maestro Miguel Emiro Naranjo

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Desde la visión conservadora y tradicional del maestro Naranjo, podría decirse que todos estos ritmos son respetuosos, cuentan historias sencillas y hasta ingenuas y representan esa visión coloquial de los habitantes de la mayoría de las zonas rurales de Colombia.

Ovejas, en el departamento de Sucre, se ha convertido en lo que muchos llaman “La universidad de las gaitas” y el escenario en el que permanentemente se realizan eventos para destacar esta música que tienen su origen en las comunidades indígenas que habitaron los valles del río Sinú.

Es allí en dónde se recuerdan esas viejas ruedas de gaitas, el llamado del tambor en las noches silenciosas y el  baile frenético hasta el amanecer.

Por siempre vivirá la memoria de hombres como Pacho Llirene, de quien se dice era capaz de tocar días y noches enteras, una auténtica leyenda de la música regional, a quien se conoce como “el diablo del tambor”.

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El periodista Jaime Vides recrea perfectamente los orígenes y la historia de las gaitas de origen indígena y esa conversación con los tambores de las comunidades negras asentadas en la zona.

“Antes del acordeón y las bandas típicas, lo que había en esta zona era gaitas para acompañar las celebraciones rituales y los eventos más importantes de estos pueblos”, recuerda Vides.

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[AUDIO] Las gaitas de Ovejas (Sucre)

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Las bandas de los pueblos que daban inicio a las fiestas patronales, ofrecían retretas en los espacios públicos y acompañaban los eventos más importantes, se han convertido en una expresión poderosa de la cultura colombiana que se cultiva en Concursos como los que cada año se realizan en Paipa (Boyacá).

Hace varias décadas a los integrantes de las bandas les decían “los chupacobres” por el material de los instrumentos que interpretaban, pero la mayoría ahora maestros de conservatorio.

Músicos de oído y aguardiente antes y en el presente miembros de un gran proceso de formación que involucra a los jóvenes de todo el país.

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El maestro Víctor Julio Ropero habló de sus recuerdos como músico, del momento en que se enamora de la trompeta, lo que significa ser director de una banda, del proceso de formación de los más pequeños y de ese eterno enamoramiento de este formato tan cercano a lo auténticamente popular.

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[AUDIO] Las bandas, con Víctor Julio Ropero

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Mariana López es una joven intérprete de la música llanera que dice sentir una profunda emoción al cantar los aires de su tierra y de “llevar el legado de sus ancestros”.

“Lo siento desde mis entrañas y lo canto con emoción”, dice Marianita al hablar de la música llanera, de sus matices, de las letras que hablan del paisaje y la gente, de esa frenética manera de bailar, de ese alarde de colorido y de fuerza que insinúa el joropo.

Dice que es complejo presentarse en algunos escenarios “siendo tan chiquita”, pero recuerda con agrado sus presentaciones en tarimas de distintos festivales y su amistad con el Cholo Valderrama, quien se ha convertido en verdadero símbolo de esta música.

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[AUDIO] Entrevista a Marianita López, cantante llanera

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La pequeña Mariana resume con su presencia y con su voz esa imagen de esa “música libre de pecado” de la que habla el maestro Miguel Emiro Naranjo.

Y para completar la visión de estas músicas del espíritu, hablamos del torbellino “El guayatuno”, del maestro boyacense Efraín Medina Mora y que empieza diciendo “atardecer bonito, atardecer precioso, lleno de encanto y aroma, me diste tu pañuelito, bajando ayer por la loma”.

El periodista Edgar Hozzman describe el carácter de esta canción de la siguiente manera: “En su lírica, este torbellino describe el encanto bucólico de la región del Valle de Tenza y las ilusiones y angustias de un amor idealizado que él hizo realidad, al conquistar a la chinita de sus amores, la que lo había seducido e inspirado el hermoso tema”.

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[AUDIO] Entrevista a Beto Diaz, El Guayatuno

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Los trinos y los pajaritos cantores de esta canción andina de Medina Mora son una demostración de esa mirada bucólica y elemental de las historias campesinas.

El maestro Betho Díaz acaba de hacer una bella versión de “El guayatuno” que respeta la esencia andina, pero tiene un sonido barroco con tres clavicénvalos, dos flautas, bajos y semillas.

Una mirada sencilla y desapercibida de algunos de los centenares de ritmos que componen el pentagrama musical de Colombia.

Fuente

RCN Radio

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